jueves, 14 de abril de 2011

Salí de la clínica de Tlalpan con Efraín en brazos. Consulta de rutina. Había quedado de ver a mi esposa en el Burger King de Insurgentes y para que llegara aún faltaba media hora, quizá más. Era de tarde, a lo mejor las 5. El sol estaba quemante, pero al caminar por la banqueta en sombras, uno podía avanzar sin sudar demasiado.
—Cuando seas más grande, te voy a traer a caminar por estas mismas calles, así que vete acostumbrando —le dije sin esperar su respuesta.
Me acomodé la mochila, colgué de un hombro la maleta de él y echamos a andar por Juárez, sin prisas.
De pronto le llamaba la atención sobre el canto de los pájaros; después lo acercaba a una bugambilia; le susurraba que escuchara el motor de los carros, que diferenciara el motor de una moto al de un micro; le confesé que de la ventana de una casa salía un olor a arroz rojo en el primer hervor.
La gente volteba a vernos, a lo mejor les sorprendería mi monólogo.
Efraín miraba sin mucho interés. Ya se espantaba al oir una coche que pasaba, ya sonreía a una mujer que nos cruzábamos en el camino, ya se agitaba para que lo cambiara de posición.
Era de tarde, el sol caía pleno, caminamos muchos minutos, nos comunicamos con ese silencio en que a veces nos decimos tantas cosas, y al llegar al Burger King, me sentía el hombre más dichoso.
El resto del día mantuve en el corazón la sonrisa de Efraín.

2 comentarios:

Rogelio Pineda Rojas dijo...

Quizá por ello, muchas disciplinas "espirituales" buscan en el silencio el contacto con la verdad. John Cage buscó el silencio en una cápsula de vacío para descubrir la música de sus entrañas. Espero que Efraín haya salido mejor que nunca en su chequeo de rigor.

Un abrazo y buena suerte.


Tengo duda: ¿bugambilia o buganvilia? Esos de la RAE nunca se ponen de acuerdo.

mangelacosta dijo...

Tienes razón, Roger: buganvilia. También en que el silencio a veces nos deja ver la verdad. Abrazos. Espero vernos pronto.