miércoles, 27 de abril de 2011

Hace algunos meses me despedí de mi fantasma preferido: Lona. No recuerdo qué había pasado en mi vida o si de repente tanta obsesión me tenía harto. Recuerdo que por meses no pensé en ella, en su cuentario, ni en su destino. Ayer, sin embargo, vino a mis sueños quizá como una forma de hacerme ver cuáles son mis prioridades.

Por la tarde la casa estaba silenciosa. Efráin nos había otorgado una tregua y Luisa y yo platicábamos en la cocina. Yo lavaba los platos y ella resolvía un crucigrama. Le pregunté sobre un proyecto, sobre otro; le comenté que Temoc me invitó a sumarme a su disco (obvio, no como cantante ni músico); le narré mis ganas de escribir un artículo sobre la literatura infantil en esta época de Nick Jr. y Wii. Ella alzaba la mirada de vez en cuando, a veces afirmaba con la cabeza, otras emitía un sonido gutural de aprobación. Luego, cuando la luz solar desapareció, pusimos a calentar agua para café y comimos conchas Tía Rosa.

Vimos la tele hasta tarde (yo había dejado de leer un libro sobre genética y pruebas en ratas; le propuse que escribiera un ensayo sobre literatura policiaca: su última pasión). Luego apagamos todo y sin sueño, empezamos a oir nuestras respiraciones, hasta que la noche ya no nos fue suficiente y nos quedamos dormidos.

Entonces, sin que lo esperara, apareció Lona. Caminábamos por el centro histórico y en algún momento nos metimos a un café que me pareció surgido de una película alemana. No platicamos, ella no prendió ningún cigarro, pero nos vimos largamente (un duelo del oeste a través de miradas). Pagué las bebidas y salimos a la noche:
—Pensé que nunca volverías —le recriminé sin mirarla, dando pasos por la calle Madero. Ella no respondió, pero me tomó del brazo, como hacía cuando en la realidad la veía.
—Llamé a tu casa y nadie me dio razón de ti —quise provocarla, pero ella siguió en silencio.
—Supongo que habrás venido a despedirte; a decirme que estás muerta o que has salido del infierno donde vivías; que te casaste y te olvidaste de los libros; que ya apareció tu novela perdida...
La calle y sus farolas dejaron de ser Madero, ahora nos veía en una avenida al estilo francés (como yo imagino que es el estilo frnacés), y aunque no llevábamos prisa, mentí diciendo que debía tomar el Metro.
—¿Qué has escrito últimamente? —me cuestionó con una voz llena de amor. Ahora fui yo quien guardó silencio. Ella sonrió y sacó de su eterno pantalón de mezclilla roto un boleto de Metro. Lo metió en los torniquetes a los que habíamos llegado y me despidió con un adiós de mano y una sonrisa.

Desperté a media noche. Efraín lloraba de hambre. Luisa ya estaba despierta. No quise platicarle nada, mejor fui por un pañal, por toallas húmedas y comencé a hablarle a Efraín. Más tarde me venció de nuevo el sueño, pero ya no logré localizar a Lona, salir del Metro y recorrer las calles que habíamos caminado juntos.

Por la mañana, mientras me bañaba, tuve la certeza de lo que debía de hacer: salir de mi zona de confort. El vapor y el agua que golpeaba el piso, me vieron sonreir.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Essssssooooooo essss toddddoooo!!!! Así se hace. Qué gusto tenerte de vuelta. Besos
YTAM

mangelacosta dijo...

XoXOxOXXOO. Grax.

enrique santillan dijo...

que maravilloso es cuado alguien es capaz de narrar un pequeño episodio de su vida con tanto lujo de detalle en tan pocas palabras, te felicito.

mangelacosta dijo...

Muchas gracias por lo que dices Enrique. Pero sobre todo, gracias por pasar por aquí. Abrazos.