viernes, 21 de enero de 2011

A unos pasos de la oficina hay una tienda que todos conocemos por "la de los viejitos". El señor se llama Juan y la señora no sé. Muchas veces, cuando iba ahí, recordaba a mis papás, pues "los viejitos" solían discutir por las cosas más nimias: "¿trajiste la libreta para apuntar lo de las tarjetas?", preguntaba ella casi para justificar el regaño que vendría después. Y él, mientras la viejita volteaba a buscar en una mochila, le torcía la boca en una mueca cómica.
Algún tiempo dejé de comprar ahí porque un sandwich me hizo daño, pero siempre volvía a causa de la máquina de café.
Al regresar de vacaciones este año fui con "los viejitos" a comprarme un moka, pero la viejita no estaba. En su lugar había una mujer de unos 40 años que trataba de limpiar un estante, de poner en orden las frituras y las galletas. Mientras, el viejito se arremolinaba en un rincón, como tratando de no concientizar la presencia de esa extraña.
La viejita debe estar enferma, pensé, y esa debe ser la hija...
Hoy regresé con "los viejitos". La viejita no estaba, no sé si ha muerto o sólo esté enferma, me dio pena preguntar. El señor Juan revolvía una caja con dinero y no prestaba atención a lo que la hija hacía.
—¿Para qué guardas esto, papá? Pareces pordiosero —dijo la mujer sin percatarse que yo estaba ahí.
—En primera: no insultes, y si lo guardo es porque se lo llevo a la niña —contestó muy molesto el señor Juan, viéndome a los ojos, como pidiendo que lo sacara de ahí y lo llevara junto a su regañona, pero cotidiana, mujer.
—Ella tira todo eso, su papá se lo tira —replicó la hija aún sin verme, para después continuar con una risa falsa: —, ¿en qué puedo servirle? Son 11 pesos.
Extendí el billete y esperé el cambio. Me fije por varios segundos en las manos nudosas del señor Juan, en sus ojos tristes. Le sonreí pues no supe qué más podía hacer. Luego me alejé de ahí lo más rápido que pude, pensando en cuán crueles somos los hijos ante la devastación de los padres, recordando a mis papás que ahora ya ni siquiera comparten sus soledades en esa casa tan enorme.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que razón tienes, a veces somos tan egoistas que nos olvidamos de ellos.

Espero que la viejita simplemente esté enferma.

Mart

Angel dijo...

Que poco recordamos que fuimos hijos y que seremos padres viejitos

mangelacosta dijo...

Mart: Yo espero lo mismo, que la viejita esté recuperándose de alguna enfermedad.

Ángel: Un gusto que te pasees por aquí. Tienes razón, sólo el tiempo nos hará arrepentirnos o enorgullecernos de cómo nos comportamos con nuestros padres.

Saludos a los dos.