jueves, 6 de enero de 2011

Quizá los 6 de enero eran los días que mi padre más tiempo pasaba con nosotros. No es que se quedara en casa para jugar o vernos jugar, sino que justo ese día empezaban los días de vacas flacas: en el puesto las ventas bajaban y no se recuperaban sino hasta mediados de febrero (ya no había cenas de Navidad o Año Nuevo, posadas o cosas por el estilo).
La mañana empezaba normal, como cualquier otra. Despertábamos y nos metíamos a bañar. Después de desayunar, mi papá lavaba su carro y cuando ya estaba listo, nos llevaba a los remates de las jugueterías, de las grandes tiendas (creo, sin embargo, que entonces en Pachuca sólo existía Blanco).
Al llegar a la tienda, nos arrebatábamos lo poco que quedaba (nunca encontré el Voltron, por ejemplo, pero llegué a conseguir el LP de Alberto Vázquez donde venía "Maracas"). Luego, regresábamos a casa y papá se preparaba un jaibol y le preparaba un Tom Collins a mamá. Sentados en la sala, disfrutando de la tranquilidad que les proporcionaba que mi hermana jugara ya en su recámara y yo me entretuviera con el nuevo juguete, se quedaban callados esperando que la resolana fuera bajando por su cara, por su pecho, por sus piernas, por sus pies, para finalmente desaparecer en el suelo.
No decían nada, no hacian balances del año, cuando mucho soltaban de repente un "hay que imprimir más facturas" o un "recuérdame que compre dos cajas de papas" y después volvían al silencio. Tomaban dos o tres copas cada uno. Mientras, mi hermana y yo, cansados ya de los nuevos juguetes, nos íbamos apareciendo en la sala y nos sentábamos junto a ellos, en espera del momento en que papá se levantara y pusiera un disco de Cornelio Reyna, de Lorenzo de Monteclaro o de Chayito Valdez. Así, como gatos en busca de arrumacos, dejábamos caer la cabeza en sus piernas y nos quedábamos dormidos, hasta que el frío de la casa se nos metía en los sueños y de a poco despertábamos justo para comer lo poco o mucho que hubiera en la cocina.
De eso ya hace muchos años. Ahora cada uno de nosotros despierta los 6 de enero de una forma completamente diferente (no dije si mejor o peor, que conste).

3 comentarios:

Anónimo dijo...

El señor Miguel (su padre) me preguntaba ¿Y que Roberto a ti que te trajeron? Yo respondía y el decía: Pues que suerte tienes eh!! Con lo feo que estas mano yo no te dejaba nada.

Rogelio Pineda Rojas dijo...

Yo pensé que había sido el único niño del universo que iba a los remates del 6 de enero.
Saludos.

mangelacosta dijo...

Negro, no recordaba eso, pero me has hecho sonreir cada vez que leo y releo tu comentario. Un abrazo, Carnal.
Rog, los remates más que compras de lo que otros dejaban, eran una forma de ayudar a las finanzas familiares, además de que le quitaba alos papás la preocupación de andar escondiendo juguetes o revisando larguiísimas cartas con peticiones interminables. Jeje. Saludos.