jueves, 16 de diciembre de 2010

Ayer murió la tercera madre de papá.
La primera se fue hace muchos años, más de 40. Era su hermana Cecilia, quien le enseñó a preparar higos en dulce, a convertir costales de azúcar en sábanas blanquísimas, y quien lo bañó los primero años que fue a la escuela.
La segunda madre que lo dejó, la legítima, una noche tosió y ya no se recuperó. De eso hace 5 o 6 años. Lamentablemente no lo recuerdo bien. De ella heredó el gusto por el comercio, por las bromas crueles, además de aprenderle el tono exacto para matarte con una sola palabra.
La tercera, su hermana Juana, padecía diabetes y llevaba años sufriendo de neuropatías. Ella le preparaba una taza de café cada que iba a verla, y aceptaba que la regañara por consentir a sus otros dos hermanos. Pasaron muchas horas juntos los últimos días, pero no en el hospital, sino en el mercado (que siempre fue su vida). Como cada año, salió a vender sus inditos, que es como ellos llaman a vender pequeños huacales, sarapes, huaraches y sombreros de paja para que los niños acudan a la Villa el 12 de diciembre. Dicen que les fue bien en las ventas y que el último día, cuando llegaron a la casa de su infancia, mi tía dijo sentirse mal, pero se negó a que la llevaran al Seguro Social.
Después todo fueron llamadas, idas y vueltas al médico, a la casa de los abuelos, a la funeraria.
Hoy la enterraron por la mañana. No estuve presente porque no habría sabido qué decirle a mi papá, cómo consolarlo: tres madres muertas son demasiadas.

2 comentarios:

Rogelio Pineda Rojas dijo...

La sociedad de lectores que encabezo tiene una petición para ti: QUEREMOS MÁS POSTS!!!!

mangelacosta dijo...

Muchas gracias, Rog. Te mando un fuerte abrazo y mi gratitud por lo que dices.