Siempre me ha costado hacer nuevas amistades. No sé diga de integrarme a grupos de amigos o conversaciones que ya van avanzadas. El viernes no fue la excepción.
En la secundaria contaba con el apoyo de El Negro, quien es de plática fácil y muy simpático. Incluso cuando habla con tantos prejuicios y con un exceso de groserías, uno termina riéndose de lo que dice. Es como una especie de Jim Carrey que gesticula y provoca que todos lo amen. Uno jamás puede aburrirse a su lado, siempre habrá algo que provoque la risa.
Bueno, decía: en secundaria El Negro y El Catrín fueron mis mejores amigos, sin embargo, El Catrín era un muchacho que las tardes las pasaba en casa y que no le gustaba ir a fiestas. El Negro, por el contrario, apenas pisaba su casa para comer (yo era el gorrón que nunca faltaba) y bastaba que alguien insinuara algo sobre una posible reunión para que El Negro se apuntara.
Entonces, en aquel tiempo y ahora, le pedía al Negro que llegáramos juntos, que él fuera socializando y poco a poco me incluyera en la plática. Era una especie de rutina que de tan bien aprendida parece natural:
—Y el otro día vimos a una pinche vieja gorda, pero gorda gorda, con un greñero como de bruja de cuento, las patas partidas a leguas se veía que le olían, y la muy cabrona nos dice: "¿qué me ven?", y entonces le respondí, "pues qué va a ser, lo pinche cerda que estás", ¿verdad? —volteaba a verme y ambos soltábamos la risa.
Y así, se nos iban las tardes. Ya al final, él terminaba besando a la muchacha guapa de la fiesta y yo me quedaba platicando (¿entreteniendo?) a la amiga chaperona que llevaba. A veces, si bien me iba, le tomaba la mano. Muy pocas veces pude sacarle su teléfono.
Digamos que era una especie de patiño. Pero me hacía feliz ser así. Todo el mundo sabía que éramos amigos inseparables y que tanto yo festejaría las muchas bromas del Negro, como él haría lo mismo con mis escasos comentarios chistosos.
Parte de la rutina era corregirlo, decirle que las cosas no eran como él las platicaba, o agregar algún detalle para que su narración fuera mejor:
—"Me cae que te van de salir patas de gallo antes de los 30 por creerte la muy buenota", le dije a la gorda esa, "Las axilas te van a apestar cada que quieras acercarte a un galán como yo..."
—Y eso que no conocía tus artes amatorias... —completaba yo y nos reíamos como Beavis & Butthead.
Luego los demás se reían, sobre todo de nuestras estupideces, de ese clasismo cómico que era tan común en la Pachuca de mi adolescencia, y entonces El Negro, con su sudadera de jerga, le decía el peor de los piropos a la muchacha guapa y ella, conquistada por su humor, aceptaba irse a un rincón de la fiesta.
Ya en casa, no dejaba de pensar que tal vez mi nombre debía ser Cory, y el del Negro, Shawn y que estábamos Aprendiendo a vivir.
Alguna vez creo que lo dije: cuando alguien conoce a El Negro se enamora de él, y a mí me soportan con tal de que El Negro tenga al perfecto corista que complete sus bromas.
Quizá por eso lo considero mi hermano. Y el viernes no fue la excepción.
Hace 1 año
2 comentarios:
Ahora me siento culpable...pero bueno, no me enamoré de El Negro, tampoco exageremos :-).
Hola, Marbe. Un gusto haberte conocido. No te sientas culpable, jeje. Digamos que fue el primer encuentro, tal vez el próximo sea mucho mejor (igual y ya no estoy tan nervioso). Saludos.
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