viernes, 28 de mayo de 2010

Yo, lector

No sé si fue el café que tomé en el Vips, si fue el coraje que pasé o si era la culpa que sentía por llegar a casa tan tarde lo que provocó que me sintiera ansioso, con dolor de estómago y tuviera insomnio. Pero pasada la media noche, aprovechando que ella dormía, me puse a leer uno de los libros que mi esposa carga en su bolsa, uno de Agustín Cadena. Leí uno, dos, tres cuentos. De pronto ya estaba por la página 50 y me sentía cansado. Aún me dolía el estómago, pero me sentía contento después de leer. Al fin me quedé dormido.
Pasadas las 3 de la madrugada, me levanté al baño y para enfrentar al insomnio, volví a tomar el libro , a leer otro cuento, a continuar con uno más. Pasadas ya las cuatro me volví a quedar dormido.
A las 5:31 sonó el despertador. Ella ni siquiera se movió, así que aproveché para ir a la sala y continuar con la lectura. Algo había en ese libro que me hacía querer terminarlo antes de que ella se lo llevara. Sin embargo me faltaron dos cuentos. Ya después podré leerlos.

De camino al trabajo, en el Metrobús, me tocó estar parado junto a un par de hombres. Uno de ellos -viejo, sin un brazo, con la manga de la camisa recogida y bien planchada para que no colgara flácida ante la ausencia de brazo- sacó un discman y compartió sus audífonos con el más joven -tenían cierto parecido físico y hablaban con un tono de voz similar, cantadito, al estilo Resortes Resortín de la Resortera (supongo que serían padre e hijo). Luego subió el volumen y pude percibir a Vicente Fernández cantando alguno de sus viejos éxitos -de cuando aún no se pintaba el bigote.
—Entonces le dijo el párroco al capellán: "¿Qué me recomienda más... usted qué compraría: un carro nuevo o una carchachita vieja?". Como si no supiera cuál iba a ser la respuesta... Pero a lo mejor sólo quería una confirmación.
—¿Y qué le dijo el capellán? —preguntó el que supuse era el hijo, como si esa pregunta no fuera un modo de seguir una plática, sino como si de ello dependiera que su día empezara de la mejor manera.
—"No sé, padrecito. Creo que yo compraría el carro nuevo, aunque usted igual sólo necesita la carchachita".
Se quedaron en silencio. El joven se acomodó el audífono en la oreja y volteó a ver al manco. Rió ligeramente.
—Pinche padrecito, se fue de nalgas —concluyó el anciano y después subió aún más el volumen del discman. Sonaba El gallero -creo que ese es el nombre.
Yo, que aún tenía el dolor de estomago, pero que de a poco iba transformándose en un insoportable dolor de cabeza, me arrimé a la puerta y bajé del Metrobús aún con aquella voz en los oídos.

Subí al Pumita y abrí Una mujer difícil, de John Irving. La primera vez que leí a este autor fue una casualidad de carestía económica y un vano recuerdo de un apellido. "Dijeron -y me refería a nos escritores en alguna conferencia- Irving, pero ¿era John Irving o Washington Irving?", pensé frente a una mesa de remate de ibros. La portada azul contrastaba con el precio en naranja fosforescente: 10 pesos.
Compré El mundo según Garp y mucho tiempo después lo leí. Me gustó demasiado ese Irving, así que cuando en una feria del libro, en la mesa de ofertas encontré Una mujer difícil, lo compré enseguida.
Abrí el libro en la página 76 y continué con la lectura. Al bajar, a unos metro de mi trabajo, estaba menos enojado, con un dolor casi imperceptible de estómago y la cabeza había dejado de dolerme. Entonces, como si todo se conjuntara para que pudiera sacar una conclusión, recordé los cuentos de Agustín Cadena, la plática del par de hombres en el Metrobús, la narración de Irving. Algo había en los tres que provocaron mi interés: su sencillez. No eran "discursos" difíciles, demasiado pensados, pulidos hasta la asepsia, pero eran "narraciones" que yo podía seguir sin mayor complicación.
Alguna vez comentaba con Pepe que los libros son intelectuales o son de las entrañas. Por ejemplo, según esa categoría Guimaraes Rosa sería intelectual, pero Roberto Bolaño sería de entraña. Es decir, ambos son buenos, pero el primero exige una mayor participación y concentración del lector, mientras que el segundo sólo le pide divertirse, seguir una historia.
He visto a algunos escritores pulir una historia hasta dejarla "perfecta", pero cuando llega a su lector, quien lee no se emociona: reconoce que no hay un sólo punto o coma en un lugar incorrecto -dixit Pepe-, pero no puede decir nada más. Sin embargo, los hay que tiene repeticiones de palabras, un lenguaje llano, historias que empiezan en un punto A y terminan en D, sin haber pasado por B y C, pero el lector se siente contento con la historia.
No sé. Es un poco como comparar (con todas las limitantes que pueden haber) el cine "de autor" con el cine "comercial". Frente a una mesa de libros, a quién prefiere un hipotético lector, a Joyce y su Ulises (por lo demás un trofeo que presumir para muchos lectores expertos) o a Stephen King.
Yo, por lo mientras, sigo atrapado por la anécdota del viejo manco, por los cuentos de Agustín Cadena y por los personajes de Una mujer difícil. A lo mejor por eso nunca me sentí parte de los Lectores medianamente avezados.

PD.Le compré su primer libro a nuestro bebé: Peter Pan. ¿Alguna otra recomendación?

3 comentarios:

Rogelio Pineda Rojas dijo...

Eres muy autoreflexivo, Miguel. Está chido. Hoy desfilan las novelas y cuentos con manejo exageradamente pulido del lenguaje (a veces estéril) y estructuras complejas. Como en todo, hay cosas buenas y malas. Así como en la forma de narrar tradicional, a la cual he notado que te ciñes con aceptables resultados, también le falta un toque de frescura e intentar uno que otro giro estructural: algo que Bolaño supo hacer bastante bien, pues sus historias no son meramente convencionales.
Sobre libros para niños, échale un ojo a los de Anthony Browne, son muy divertidos.
Un abrazo. Por cierto, tengo pendiente tu regalo de cumpleaños.

mangelacosta dijo...

Hola, Rogelio. Gracias por la recomendación, tendré que buscar en librerías (¿algún título en especial?). Por cierto, me preocupa más que tengamos aún pendiente una larga plática frente a una cerveza.
Abrazos.

Anónimo dijo...

LISTA PARA EL CACHORRO LECTOR 1


- Gato tiene sueño, Ardilla tiene hambre, Pato está sucio, Perro tiene sed, todos de Satoshi Kitamura, del FCE.

- Las palabras dulces, de Carl Norac, Editorial Corimbo.

- ¡Papá!, de Philippe Corentín, Editorial Corimbo.

- Los sueños, de Anne Gutman, Editorial Juventud.

-Penélope en la granja, Anne Gutman. Editorial Juventud.

(YA TE IRÉ PASANDO MÁS BIBLIOGRAFÍA, JEJEJE).

Y el ingrediente más importante, las voces de ustedes dos leyéndole desde ahorita que está en el vientre (harán que sus neuronas en construcción sean estimuladas, una vez que nace, al leerle harán que sus neuronas creen nuevas rutas, se intercomuniquen y fortalezcan).


Por cierto, consigan música en otros idiomas, si el cachorro la escucha desde ahora hasta el tercer mes de haber nacido, quedará grabado en su mente cómo se escuchan esos sonidos, aprenderá facilmente otros idiomas.


Un abrazo para los tres.

FABIOLA PECH.