martes, 18 de mayo de 2010

Alguna vez me profetizaron la felicidad, no la riqueza

Ayer me propuso El Negro comprar un micrófono para que quede mejor CapsLock. Me negué por el precio que tiene, aunque eso no es a donde quiero llegar. Discutimos un poco el equivalente de ese dinero en despensa familiar y en cuántas horas de trabajo nos implica (por cierto, él pagaría el juguetito). Al final, ya que yo había propuesto buscar alternativas, me quedé pensando en una frase que me dijo: "Le acabo de comprar sala y comedor a mi vieja", expresó con cariño, "no me gasto el sueldo en viejas, vicios o pedas... Creo que me puedo dar este lujo".
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Caminábamos por La Loma, el domingo, cuando le conté a Luisa sobre un comentario de mi hermana en CapsLock, donde decía que sus hijos y ella me admiran.
—Al final de cuentas, a uno sólo le queda el orgullo de hacer lo que quiere y de que le guste a la gente que quieres —le contesté después de una larga plática.

Soy una persona que se abruma con frecuencia por el dinero y por el costo de las cosas. Por ejemplo, amo los libros, pero es casi impensable que gaste en uno más de 300 pesos (esos gustos sólo me los permito en mis cumpleaños, tal vez en Navidad). Muchos de mis pensamientos están en función de cuánto puedo quitar de un lado para poner en otro, de cuánto debemos ahorrar o de cuánto son nuestros gastos... Sin embargo, el domingo le decía a Luisa que me tiene muy contento que varias personas hayan dedicado casi dos horas de su vida escuchándonos a El Negro y a mí, hablando de lo que nos gusta.
—Es que es muy triste que el arte no te dé mucho dinero —se lamentó.
Y entonces le puse como ejemplo a Toño, a quien yo veo contento, haciendo lo que le gusta hacer; a Orfa, quien siempre sonríe; a Cuauhtémoc, quien siempre tiene mil proyectos y es el hombre más realizado que conozco.
—Claro, por el otro lado está el Lector Medianamente Avezado que a pesar de que tiene varios premios literarios a nivel nacional, siempre se queja de las cosas; aún no le es suficiente la vida —solté con cizaña.
Luego seguimos caminando, platicando de esas personas a quienes invitas a un proyecto y dicen sí antes de que les hables de cuánto van a ganar; de aquellos que ganan poco en su trabajo, pero por la tarde son hombres y mujeres felices; de mi amigo que pudo ganar 28 mil, pero como pedía 30 mil prefirió dejar esa oferta y quedarse en la oficina que lo abruma.
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Una amiga me escribió para decirme que no le gusta su trabajo; que odia tener que reirse de los chistes de su jefe, tener que decirle sí a todos sus caprichos laborales. "Lo único que deseo es un lugar donde pueda hacer lo que quiero, sin tener que caravanearle nada al que está arriba". No estaba de humor, como no lo estuvo algún tiempo, y creo que la pasa mal. Pero eso no me pareció un buen pretexto para negarse a ser feliz, a compartir una cerveza o a platicar. No se lo dije. Espero que ella se dé cuenta por sí misma. Sin embargo, pensaba contarle algo más: nosotros andamos con deudas, Luisa se quedó sin trabajo (ya no, afortunadamente), tengo problemas laborales, el horóscopo ha dejado de ser certero y además, estamos embarazados, pero somos felices. Ya no le damos oportunidad a la tristeza; cuando uno decae, el otro lo saca a flote; cuando nos sentimos melancólicos salimos a caminar y platicamos sobre lo que vendrá (sea posible o no); planeamos y nos dejamos llevar por la ilusión...
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Alguna vez dije que me encantaba platicar con Cuauhtémoc porque siempre me infundía ánimos; también dije que El Negro siempre tenía ideas y más ideas (realizables o no); quizá comenté de lo nutrido que regresaba de las pláticas con Toño. Y lo curioso es que sólo hablábamos de nosotros mismos, de nuestros sueños, fracasos e inquietudes.
Tal vez uno no debe tener dinero para disfrutar; quizá no es necesario tener el trabajo perfecto; a lo mejor sólo se trata del lugar común: hacer lo que a uno le apasiona.
Lo más seguro, sin embargo, es que tenga razón La Pedagoga Ojos Tristes, y el chiste de la vida sea encontrarle las razones para la alegría. Y todos tenemos varias...

2 comentarios:

Rogelio Pineda Rojas dijo...

Quizá tu plenitud se sustenta en que has cumplido el ideal dicharachero: escribir un libro, plantar un árbol (o varias plantas) y tener un hijo. Por cierto, yo también invierto en mi vieja: le compré una lavadora este 10 de mayo. Me dio risa lo del lector medianamente avezado, pero bueno, cada chango a su mecate, cada escritor a "su" verdad. Nos vemos el sábado.

mangelacosta dijo...

"Cada escritor a 'su' verdad". Nada más cierto. Felicidades por la publicación de la reseña. Te mando abrazos. Nos vemos el sábado.