El sábado, después de algunos meses, dormí de corrido: no hubo ruidos que me despertaran, no fui al baño a media noche, no tuve pesadillas de las que saliera sudando, sin poder gritar. Desperté con ánimos, sin sueño.
El domingo estuve nervioso: el vitiligo de nuevo, los granos en la muñeca, la gripa por nervios, la somatización en todo su esplendor.
El lunes desperté. Luego me dormí. La segunda vez que abrí los ojos sonaba Universal Stereo, una canción de los Beatles. Eran las 10:23. Me sentía muy bien, como si no hubiera pasado nada. Mi esposa me ayudó a vestirme, me dio de desayunar, dejó que durmiera tranquilo. Por la tarde se acostó a mi lado y no dijo nada cuando volví al sueño.
Hoy, por fin, desperté por completo. Náuseas, un poco de mareo, pero todo bien.
Sin embargo, cada vez que quiere ganarme el desánimo, pienso en la noche del viernes, cuando caminamos con prisa por Río Churubusco, platicando de la época en que aquellos eran mis rumbos, mientras olíamos los motores calientes de los coches, mientras pasaba un camión del Circuito Bicentenario y no nos hacía la parada, mientras llegábamos justo a tiempo al CNA y yo me quedaba viendo a aquellos jóvenes escritores hablando entre sí. Después vino ella (había pasado al baño antes de llegar al lugar) y dejó que yo fuera de un lado a otro, platicando con uno y luego con otro chileno. Más tarde caminaríamos de nuevo, en tanto yo le confesaba mi entusiasmo por haber conocido a Celedón, a Apablaza, a Zambra.
Era viernes, yo estaba feliz, y anochecía en Tlalpan.
Hace 1 año
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