En la primaria nos llevaban de excursión a la lechería Santa Clara. Había que llenarse de polvo al atravesar la "calle" de Cuesco y esperar a que unas grandes rejas se abrieran con un rechinido que a varios nos causaba un miedo sobrenatural que aumentaba con el mujido de las vacas (ese ruido parecía más de un rastro y no de una lechería). Después nos hacían entrar con mucho cuidado por pasillos de metal, con escaparates tras los cuales las vacas comían, rumiaban y eran ordeñadas por grandes mangueras negras. Todo el recorrido lo hacíamos tomando pequeñas bolsas llenas de leche (blanca, de fresa o chocolate) y apenas el dueño de la lechería observaba que entre nosotros iba su sobrino, mandaba a un hombre con aspecto de granjero (overol de mezclilla, camisa a cuadros y sombrero de paja) a que nos trajera paletas de hielo. Entonces todos reíamos, brincábamos y nos acercábamos a Conde para que su tío viera qué tan apreciado era su sobrino. Así, al cabo de una hora, nos íbamos con las manos pegustiosas de nieve, de leche. Eran viernes llenos de felicidad.
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En la prepa me encontré con las dos hermanas de Conde, la menor era muy amable conmigo y yo me apenaba cada ocasión que me saludaba, quizá porque me avergonzaba reconocer que estaba enamorado de ella, de una de las muchachas más guapas de la prepa.
Su hermana la mayor, me saludaba con prisa y entre ella y yo no había más que una pregunta: "¿Cómo está tu hermana? ¿Sigue en Querétaro?". Habían sido compañeras en la primaria.
A Conde le perdí la pista, sé que ahora es regidor en Pachuca, por parte del Partido Verde, que ha subido de peso y que una noche, en una disco, le preuntó al Negro por mí.
De la lechería Santa Clara sé que se convirtió en un gran negocio, que puso heladerías por todo el país y que lo que hace 25 años eran productos para la gente pobre (la leche era más barata incluso que la de Liconsa) hoy se han convertido en un lujo.
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A veces caminamos por Madero mi esposa y yo, recorremos esa calle tantas veces vista y que siempre nos maravilla con algo nuevo. Al caer la tarde, entramos a Helados Santa Clara y disfrutamos un rato de la vida.
—¿Sabes? —le dije hace algunas semanas—, si un día quisiera suicidarme, quisiera acabar de una vez con todo, sería suficiente que comiera un helado de Triple Chocolate para que se me quitaran las ganas —ella sonrió, mientras lamía su helado de Café Supremo—. En serio, después de probar un helado de Triple Chocolate uno se da cuenta que vale la pena vivir, así sea únicamente por volver a comerse un helado de Triple Chocolate —rió de buena gana.
—Deberías escribir sobre tus excursiones en Cuesco, sobre las paletas de hielo y las bolsas de leche de sabor que les daban —dijo con esa melancolía que a veces la hacen sonar como profeta.
Respondí que lo pensaría.
Por eso hoy, que amanecí con un excelente humor, intenté complacer a mi esposa con estas letras. Tal vez mañana recompense mi esfuerzo con un barquillo de helado antisuicidios...
Hace 1 año
1 comentario:
Guau Micky!
Pensé que era la única que tenía esa idea acerca del helado de triple chocolate de Santa Clara.
Es antisuicidios porque nutre el alma.
MR.
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