domingo, 3 de enero de 2010

El Padre Benjamín Alviso salió de la parroquia el miércoles 30 de diciembre a media tarde: una feligrés estaba muy grave y deseaba que la confesara. Después de dos horas de estar en esa casa salió hacia la iglesia y celebró misa. De madrugada, a las 4:30, le llamaron para avisarle que la mujer había muerto. Entonces regresó a ese hogar devastado y los acompañó hasta las 6:30, hora cuando rehizo el camino a la iglesia y durmió unos pocos minutos antes de levantarse para comenzar con las celebraciones del 31 de diciembre. A mediodía volvió a la casa donde ya preparaban el cadáver y permaneció ahí hasta después de las tres, cuando al fin pudo celebrar una misa de cuerpo presente. Por la tarde, sintiendo la muerte de la feligrés, pues para él no era una amiga sino una hermana como todos sus feligreses lo son, celebró misas en todas las capillas que están a su cargo (no hay ningún otro sacerdote que le ayude en tal tarea: faltan vocaciones y escasean presbíteros).
Por la noche, después de compartir la cena de fin de año con algunos amigos de la comunidad, regresó a la iglesia de Santa Úrsula y San José y durmió tranquilo, sabiendo que en 2010 todo cuanto ha comenzado desde hace más de tres años que dirige la parroquia pronto llegará a buen fin...
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Hace casi tres años conocimos al padre Benjamín, una tarde en que nuestro humor estaba desecho y necesitábamos de Dios como pocas veces habíamos admitido. Veníamos del súper, peleados, cuando pasamos delante de la iglesia de Santa Úrsula Xitla. Eran pasadas las cinco de la tarde y la misa recién había comenzado. Entramos esperando encontrar algún aliciente que nos ayudara a salir de ese momento tan agrio que vivíamos. El evangelio nos hizo llorar, nos tomamos de la mano y creo que como pocas veces antes sentimos una paz interior que no supimos de dónde provenía. El padre, al final de la misa, contó que él era de Tampico y que en cada capilla a la que llegaba le gustaba entronizar al Santo Niño Jesús de Praga, a quien había sido encomendado por su madre cuando se convirtió en sacerdote. Pidió que alguien se animara para cuidar al santito y le ayudara a que una familia diferente cada semana se llevara al niño peregrino. Luego bendijo a todos y se acercó a donde yo estaba: "Espero que puedan venir el miércoles, me gustaría mucho que vinieran el miércoles, ojalá y puedan". Y sí, ese día todo se acomodó para que no tuviéramos ninguna actividad y justo pasáramos frente a la iglesia a la hora de la cita.
El padre habló con nosotros, nos invitó a hacernos cargo de esa responsabilidad y dijo, entre otras cosas, que deseaba ir conformando una comunidad en la que no sólo los ancianos acudieran a misa, sino las familias y en especial los jóvenes. Aceptamos el reto.
Así, hemos atestiguado cómo la iglesia se llena cada día más, cómo ahora van niños, jóvenes, adultos y viejos a misa; cómo no es necesario ser fanático para asistir a la iglesia; cómo se ha ayudado a la comunidad con alimentos, ropa, ayuda psicológica, actividades recreativas; cómo la comunidad se ha vuelto más grande y cómo aporta cuando el padre lo solicita (jamás lo exige). Ahora se construye un comedor para personas con escasos recursos, durante el invierno se repartieron cobijas y alimentos, se organizaron posadas gratuitas, comienza a realizarse un catecismo para niños con síndrome de Down... Hemos visto además a algunos niños que ahora son monaguillos por voluntad propia, a algunos matrimonios que estudiaron varias semanas para convertirse en ministros, a familias que acuden juntas y son parte del coro de la iglesia. También la fiesta patronal se ha transformado: ahora hay rosarios a la virgen de Santa Úrsula con algunas semanas de anticipación y el festejo ha dejado de ser sólo una feria con alcohol para convertirse en una fiesta de la fe. Eso, sin embargo, trajo consigo un problema: la fiesta dejó de ser el feudo de unas cuantas familias oriundas a quienes el hueso se les acabó...
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A las seis de la mañana del 1 de enero las campanas de la iglesia comenzaron a doblar; hombres y mujeres gritaban en el atrio de la iglesia, habían volado los candados de la reja principal y llevaban consigo cubetas. Le gritaban al padre Benjamín para que saliera de inmediato. Alguien había prendido fuego al carro del sacerdote y ardía peligrosamente, pues las llamas estaban a punto de alcanzar el tanque de gas estacionario. De haber explotado, el padre no lo habría contado.
La historia entonces comienza a llenarse de casualidades: una mujer salió de una casa a esa hora de la mañana, necesitaba despejarse y tranquilizarse un poco: había pasado la noche velando a un familiar, a la mujer a la que el padre le había dado los últimos óleos un día antes. Entonces vio las flamas y pensó que la iglesia se quemaba, así que avisó a los deudos, quienes acudieron a la iglesia, violaron el candado principal y comenzaron a apagar el fuego a cubetadas de agua, con tierra de las macetas que adornan la entrada de la iglesia. Los bomberos llegaron después...
Pero las curiosidades no son sólo esas, sino también que se haya quemado el carro del presbítero a quien amenazaron de muerte en cartelones la primera fiesta patronal cuando la iglesia se hizo cargo de todos los preparativos; del sacerdote que encontró letreros donde un anónimo decía no quererlo ahí y le pedía que se fuera; del padre que ha entregado cuentas de los pesos y centavos que entran y salen de la iglesia; de Benjamín, el sacerdote que consiguió que una comunidad a su rededor formara una verdadera Iglesia...
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Dicen, cuentan en secreto, en cuchicheo, que todos saben quién ha hecho las amenazas, quién es la familia anónima que usa esos métodos, y curiosamente es la familia a quien más teme Santa Úrsula Xitla, la misma que amenaza, que grita, que vocifera pues ha perdido su hueso. Ellos, rumoran, sólo quieren recuperar el feudo perdido y no les importa si para ello deba perecer una persona, pues a ellos les asiste la razón simplemente porque son oriundos de ese pueblo tlalpense.

Vivimos en el DF, la capital del país y esa es nuestra modernidad...

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