Hasta mis 18 años viví en Pachuca, que entonces se debatía entre ser un gran pueblo o una ciudad pequeña. Las modas nos llegaban atrasadas, la sociedad era cada día más clasista y todo cuanto pasaba era el aire. Para ir al Sanborns, por ejemplo, uno regresaba a su casa a bañarse y a ponerse un poco de perfume; cuando se inauguró el McDonald's se hicieron grandes filas para ir a comprar una cajita feliz (incluso sin ser niños) y la música y el MTV empezaban a hacerse cotidianos en nuestras vidas. Eran los inicios de la década de los noventa.
Mis compañeros de Prepa, quien anhelaban contar cosas sobre el McDonald's, aceptaban trabajar en intendencia con tal de sentirse cercanos a esa cultura que representaba la cadena de hamburguesas. Aquí un dato importante, mis compañeros eran estudiantes del Tec de Monterrey.
Entonces algunos nos llamaban la Generación X y mientras todos platicábamos de la película Reality Bites (La cruda realidad, creo, le pusieron español), tarareábamos música de U2, Los Cranberris, Save Ferris o Four Non Blondes.
Algunos ya empezaban a probar las drogas, pero la mayoría sólo gastaba los fines de semana en ir de discoteque en discoteque (aún no le llamábamos antro) bebiendo Vodka con jugo de naranja o cerveza (el tequila aún no estaba de moda). Todos queríamos usar alguna prenda de Calvin Klein, vestir el todavía presigiado Furor y calzar unos tenis que ahora ya no existen (creo), los Diadora.
Era la generación de la fiesta, la que se gastaba la vida bailando, tomando, viviendo con sueldos míseros que les daban para comprar un walkman y de vez en cuando un cassette o un cd (carísimos según recuerdo). Íbamos a cines que no eran cómodos, usábamos perfumes caros, conducíamos carros con estampas de gotas, con llantas anchas y renegábamos de cualquier creencia.
La televisión por cable aún no ofrecía tantos canales como hoy y las antenas parabólicas eran del tamaño de algunos de los departamentos que se construyen ahora. Las computadoras tenían CD-Roms que corrían a 2x, aún era importante saber cuántos colores manejaban las pantallas de las computadoras y leíamos revistas con precios en pesetas.
Estábamos a la vanguardia.
Hace unos días, por morbo, comencé a leer Luz Estéril, de Iván Ríos Gascón, y de pronto, como nunca antes me había sucedido (aún cuando leía a Douglas Coupland y su Generación X) me sentí identificado con los personajes, con esa forma de vida que tenía hace 15 años.
A decir verdad he continuado con la lectura por morbo y porque de repente me miro en un espejo resquebrajado, que parece a punto de romperse, pero como ninguno otro antes, me refleja tal como fui.
Hace 1 año
2 comentarios:
Han existido generaciones demenciales, destructivas, pasivas. Empero en medio de la extinción de generaciones, surgen tus líneas buscando resucitar de entre el caos y el burlesque de la cotidianidad, de la modernidad desgastada.
Desde este espacio y este viento en que me ubico he tenido la suerte de que la certeza llegara a la tecnología de mi ordenador. No interroges cómo sucedio, sencillamente hallé tu blog, como la suerte del alquimista en la resurrección.
No sé si algún día tendré el placer de estrechar los dedos que han redactado tus líneas, sólo sé que deseo continuar descubriendo personas con pensamientos (anécdotas) en común.
Hola, Anónimo. Gracias por tu comentario. Creo que los caminos muchas ocasiones se dirigen a la misma dirección, por eso a veces nos reconocemos en otro, por eso llega un momento cuando al fin creemos haber hallado a una persona que camina a nuestro lado. Si la vida es tan caprichosa, si el destino también lo es, seguramente algún día nos toparemos por ahí. Saludos.
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