martes, 24 de noviembre de 2009

Nos detuvimos en una gasolinería en la carretera rumbo a Pachuca. Entramos al Italian Coffe Station y pedimos un capuccino para los dos (no teníamos mucho dinero). El joven que nos entregó el vaso quería dar a entender que era homosexual y darketo, así que su semblante, aparte de extraño, era terrorífico. Afuera las luces de los carros apenas iluminaban un poco la carretera, la noche.
-¿No te parece que tiene finta de vampiro?-, le pregunté a mi esposa. Ella asintió.
Entonces vino lo impredecible: comenzó a hablarme de un libro: Drácula. Me dijo el precio y la edición en que lo había visto, el contenido extra y las ilustraciones que incluía, la editorial; empezó a relatar parte del estudio introductorio. Recordé entonces la tarde en que en El Péndulo de Perisur le mostré una imagen de ese libro (según yo, era la más horrorosa, tanto en la descripción que hace Bram Stoker, como por el miedo que debió sentir Jonathan Harker al observar al conde descender por una de las paredes del castillo).
Prometimos entonces que un día habríamos de comprarlo: ahorraríamos lo suficiente, o tal vez el día que fuéramos a España lo compraríamos, quizá si me sacaba el Melate podríamos mandarlo pedir, en fin, exageramos un poco valiéndonos del precio que habíamos visto.
Desde entonces se nos volvió una obsesión tener el ejemplar: hablábamos de ello cada que nos acercábamos a la sección de terror de alguna librería; o cuando pasábamos por aquella cafetería en medio de la noche y de la carretera; o cuando en luna llena llegábamos a casa, nuestro castillo de Drácula, e imaginábamos al conde descender por las paredes.

Pasaron días, meses, años; vimos el ejemplar muchas veces, constatamos cada una de ellas su precio (que cada vez era más alto), hasta que un día, mientras platicaba con La Güera por msn me preguntó si me gustaría que me trajera algo de España cuando viniera a México. No lo dudé, le pedí el libro de editorial Valdemar (así nos ahorrara unos cuantos euros, el precio sería menor que si lo comprábamos en cualquier librería mexicana).

Así, hace quince días tuvimos entre las manos un paquete de la librería La llar del libre (Baricentro, Local 135, 08210 Barberà del Vallès, Tel. 93718 95 51, Fax 93718 46 82) y según lo que cuenta La Güera a mi esposa se le iluminó la cara, como si estuviera delante de un gran tesoro. Entonces, cuando lo tuvimos entre las manos, comenzamos a acariciarlo, como diciendo "mi precioso", y pensando que al igual que el ataúd del conde, nuestro Drácula había atravesado el océano, de noche, de día, hasta llegar a esta casa de puertas de metal donde vivimos, donde algún doctor Van Helsing hurga entre libros de tiempos pasados, de religiones olvidadas, de creencias que hoy tratan de ocultarse.
Nuestro Drácula ha traído consigo una guerra, una disputa en la que mi esposa me impide tocarlo, leerlo, pues lo quiere sólo para ella; y yo, oculto en las sombras de la madrugada, dejó que el espíritu del transilvano me corra por la sangre y salgo de la recámara, me dirijo al librero y le susurro al conde Drácula: "estoy aquí maestro" como el loco del manicomio; mientras ella no se da cuenta, mientras duerme con el cuello al aire y sin sospechar mis intenciones...

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