domingo, 22 de noviembre de 2009

En ocasiones es necesario que pase el tiempo para que empiece a comprender las cosas, para que las aquilate, para que las disfrute. Es algo que me pasa con frecuencia, es una especie de instinto que me impide disfrutar el momento o más bien, que hace que mi rostro, mis facciones parezcan las de una piedra y no las de un hombre.
Por no ir muy lejos, hace unas semanas llegaron, directo de España, La Güera junto con su esposo. Había esperado tanto ese instante que incluso lo había planeado con mi esposa: los llevaríamos a las luchas, les haríamos de comer chalupas, les daríamos un tour por el Metro Hidalgo un viernes de quincena a las seis de la tarde, los tendríamos en casa varias ocasiones...
Sin embargo, como siempre ocurre, no es uno quien decide, sino el destino: teníamos mucho trabajo y sólo pudimos verlos dos ocasiones.
La primera tarde nos vimos en un Vips de Insurgentes (después de que un día antes les habíamos cancelado). Es extraño, apenas vi a La Güera (ex compañera de trabajo), noté que había cambiado por completo: su postura, su forma de ver la vida, su modo de andar.
Antes, cuando aún compartía la oficina con ella, era (así me lo parecía) una mujer más, con pocas cosas en común conmigo, no platicábamos mas que de las personas del trabajo, del jefe, nos burlabamos de algunos otros compañeros. Cuando supe que se iba a España hice por no despedirme de ella (nunca me han gustado las despedidas), así que un día la vi y al día siguiente ya no estaba. Fue por medio del messenger, de este blog, que tuvimos contacto, que poco a poco fuimos abriendo nuestros corazones, nuestros sentimientos, y comenzamos a conocernos en verdad.
Es extraño que sea la distancia la mejor forma para que dos personas se conozcan.
A través de esas pláticas por computadora (mismas que siempre le critiqué cuando éramos aún compañeros) fue naciendo una amistad extraña: extraña porque pasó de los monosílabos hasta largas pláticas que teníamos cuando su esposo se iba a trabajar y ella esperaba a que llegara del restaurante; entonces bastaba que me dijera un "vamos a cenar" para que la conversación terminara y nos olvidáramos el uno del otro por mucho tiempo...
Ahora, vuelvo al punto, cuando la vi llegar del brazo de su esposo, la notaba distinta, tal vez porque por primera vez la veía como una amiga.
Esa tarde,la del reencuentro tras sus tres años en España, platicamos mucho y poco, es decir, preguntamos muchas cosas y tratamos de resumir muchas otras, pues no teníamos la seguridad de que nos volveríamos a ver. Por fortuna se atravesó el 16 de noviembre, que fue día feriado, y ellos vinieron a la casa: se asomaron por nuestro balcón, vieron la reserva ecológica, conocieron nuestros azulejos tipo talabera, observaron el juguetero de mi esposa... Y comimos, platicamos, reímos, cuestionamos, criticamos, hablamos y hablamos... Fue una larga tarde de la que disfrutamos cada uno de sus segundos. Antonio, su esposo, agitó los brazos, sonrió, nos contó de las tortas de barras de chocolate que comía cuando niño, en la escuela; de que sus padres lo esperan incluso para cambiar la "bombilla"; de cómo las cosas por acá no son tan extremas como lo piensan en el extranjero y de los lugares, las comidas que le encantaron de nuestro país.
¿Qué habrá pensado de nosotros, cómo le habremos caído, por qué esa manía de doblar las servilletas como si fueran acordeón, por qué su risa que sonaba tan sincera frente a dos extraños?
Nosotros, por lo mientras, hubiéramos querido verlos de nuevo, compartir alguna otra tarde, pero el destino (ya lo he dicho) nos acomodó la agenda.
Una vez más los vi: ellos estaban en la recepción de la oficina y yo salía corriendo, pues media hora después tenía un examen. Los salude y quedé de llamarlos algunos días después, antes de que regresaran a España. A diferencia de otras ocasiones, esta vez cumplí con mi promesa: estábamos afuera del Walmart y el peso de la semana, de las preocupaciones, el cansancio, hizo que La Güera pensara que estaba enfermo. Nada había de eso, sino tal vez una especie de trsiteza que poco a poco se apoderaba de mí mientras le deseaba buen viaje, al tiempo que pensaba que ellos dos han sido de las pocas parejas de esposos jóvenes con quienes nos hemos sentido a gusto durante toda una tarde, hablando de la vida, recordando, pensando en lo que vendrá; una de esas parejas que a uno lo dejan con la pila bien puesta, reflexionando en tantas cosas que se dijeron y añorando, sólo eso, añorando pronto poder verlos de nuevo...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por esta entrada, pero sobretodo gracias por su amistad, llegamos el domingo a España y en este momento estamos leyendo tu blog, nos encanto pasar esas dos tardes con ustedes.


P.D. Cuando nos visiten no planearemos nada, las cosas se daran por si solas, así que esperamos muy pronto su visita.

A y M