viernes, 2 de octubre de 2009

Nos hemos alejado últimamente. La vida nos cambio de un día a otro (literal). Dejamos de ser los tres amigos que a diario se levantaban a las 5:30 de la mañana para ir a correr, a platicar, a soñar.
Ayer me decía El Negro que hace unos días se encontró con El Catrín en el camión rumbo a Pachuca. "Es ya un señor", me dijo y siguieron algunos reclamos, algunas burlas, de esas que no nos guardaríamos si tuviéramos al Catrín delante.
De tarde, mientras estaba en la Biblioteca Central, sonó el celular. Jamás hubiera imaginado que era El Catrin. No reconocí su voz, me sonó como alguien extraño. Enseguida se cortó la comunicación: no alcanzó más que a decir "hola". Busqué su número de teléfono y cuando lo encontré nuevamente entró su llamada. Platicamos cinco, seis minutos: del trabajo, de los problemas, de su esposa, de su hija.
—¿Y tú para cuándo? —me cuestionó con cierta intriga.
Le explique que por el momento no está en nuestros planes, que no es una prioridad aún.
—Mira nada más —dijo apesadumbradamente— unos queremos, pero no le pegamos, y ustedes que no quieren.
Es raro. Ayer, antes de enterarme que El Negro lo había encontrado en el camión, pensaba en El Catrín, en la última vez que conversamos (por msn) y que terminamos discutiendo. Hacía año y medio le había preguntado si pensaba casarse con su novia y él negó, dijo que no porque yo estuviera casado todos debían casarse. Me sorprendió su respuesta, pero no dije más. Luego me recriminó que quisiera que todas las vidas fueran como la mía y creo que simplemente escribimos un "ahora vuelvo" para terminar con la conversación.
Me dolió el hecho. Además me molestó.
Meses después, cuando nos enteramos que su novia, con la que tenía algunos meses viviendo, estaba embarazada, no dudé en ir a su departamento (entonces aún vivía en el DF) para felicitarlos. Estaba tan feliz por mis amigos.
Cuando nació la niña soñé con ser su padrino, el testigo cuando acudieran al Registro Civil, con poder conocerla tan pronto como fuera posible. Inventé un pretexto y viajé a Pachuca. Cuando apunto estaba de llegar, le marqué y le dije que me gustaría conocer a su hija. Él argumento que tenía mucho trabajo y que llegaría muy noche a Pachuca. Le pedí su dirección (estaban en casa de sus suegros, temporalmente), de cualquier forma podría ir a su casa y ver a su esposa, mi amiga. "Es muy complicado", me contestó en un mensaje al celular, "mejor otro día". Y entonces todo el fin de semana no fue sino una larga melancolía.
Ayer, cuando me habló, terminé por darme cuenta cómo hemos cambiado. Ya no salimos de madrugada a darle vueltas al camellón que hay en Lomas Vistahermosa, ya no somos partidarios del EZLN, ya no firmamos manifiestos afuera de la Basílica, ya no vamos a buscar discos de Lacrimosa, ya ni siquiera nos vemos una vez al año.
¿Hace cuánto no nos escuchábamos? Tal vez seis meses, un poco más. ¿Y eso significa que hemos dejado de ser amigos? No, quiero pensar que no.
Sé que él ha cambiado, que El Negro ha cambiado, que yo he cambiado, que nuestras circunstancias han cambiado; y a pesar de eso, de que no lo veo, de que no coincido con su forma de ver la vida, con su cambio tan radical, no puedo evitar sentir la irrenunciable necesidad de un día reencontranos y decirle "compadre".

1 comentario:

A. dijo...

Así tenemos todos amigos, supongo. Yo tenía uno. Amigo de la secundaria. Un día mi mejor amiga lo conoció y se enamoró. Se casaron. Pero antes de ir, una vez que fui a visitar a mi amiga, él se portó extraño, como si ya no pudiera verla a ella sin su consentimiento. Eso, más puntos de vista distintos terminaron por separarnos. Uno nunca deja de ser amigo de esas personas, en el recuerdo siempre son así, aunque a veces, en la vida real, se nos hayan difuminado de las ilusiones.