miércoles, 28 de octubre de 2009

Miro por la ventana de mi oficina. El viento agita las ramas de los árboles. Escucho Get back, de los Beatles. Un compañero a mi lado, sin que crucemos palabra por minutos y minutos, revisa algún video en internet.
Hace unos minutos llené el formato para que me paguen horas extras. Me desconcertó eliminar una hora. Ayer me avisaron del recorte: fueron amables, señalaron que a la Universidad le llegó la crisis, que debemos hacer un esfuerzo, que quisieran aumentarme el sueldo y no recortarlo, pero la situación del país... hay que comprender un poco...
Por fortuna es muy poco lo que disminuye mi sueldo. Sin embargo, me encuentro a disgusto, no por el recorte, no por el sueldo, no por el trabajo; sino porque la combatividad que caracteriza a otra de las personas a quien ayer le avisaron del recorte, se quedó enterrada y él no dijo ni una sola palabra.
Con esta persona a veces platico de libros, le critico su perredismo falso, su apuesta por el progreso, el que sea tan aguerrido, el que constantemente escriba cartas denunciando las injusticias en la oficina. Yo, a quien han terminado por confundir con un panista (un día me opuse a que escribieran en un documento oficial Fecal, en lugar de Felipe Calderón), lo respetaba un poco (consideraba valiosos sus juicios, agradables algunos de sus chistes). Pero ayer, mientras nos tenían en un sillón mullido, diciéndonos que el recorte había sido muy pequeño para no afectar nuestra economía, me sentí decepcionado de él como de otras tantas personas que apenas deben quejarse, alzar la voz, luchar por un bien común se quedan paralizadas y no dicen nada. De qué les sirve tanta verborrea, de qué tanta sabiduría como presumen, de qué ser tan izquierdosos si a la hora de la verdad han de esconder la cabeza bajo tierra.
No sé...
Escribía en el formato de tiempo extra una hora menos y mientras lo hacía pensaba en él, en el "maestro", en el "licenciado", en el "doctor" (como todo mundo le dice) y pensaba qué harían todos quienes lo siguen si supieran lo que pasó ayer al interior de la oficina del jefe.
Mientras tanto, miro las hojas de los árboles moverse, escucho ya Come Together, masco un chicle y me dispongo a trabajar (aunque no tenga ganas)...
A diario las estatuas se resquebrajan, la realidad termina desmoronándolas...

3 comentarios:

Rogelio Pineda Rojas dijo...

¡Cómo! ¿Te redujeron el sueldo en lugar de aumentártelo? Qué *inche realidad estamos viviendo... Comprendo a tu compañero de trabajo: ya no tienes opción. Los ideales y creencias políticas, las aspiraciones, han sido aplastadas por la mano dura del salario. Con hambre, ni los zapatos entran. ¿O cómo va el dicho?
Un abrazo.

mangelacosta dijo...

KO: La persona de quien hablo en el post (y quien estoy seguro que desconoce este blog) hoy me regaló un libro. No sé por qué lo hizo.
La realidad, a veces, también nos sorprende y nos mueve el piso; nos devuelve las palabras como si fueran búmerangs.

Anónimo dijo...

ya tienes sin escribir una semana!!! no nos abandones

saludos

Cy