viernes, 16 de octubre de 2009

En torno al comentario de Textonauta

Hace casi cuatro décadas, en medio de una ebullición política, vino el revolucionario Salvador Allende a México. Acudió a la Universidad y ahí un muchacho le preguntó qué debían hacer los jóvenes para apoyar y contribuir a la REVOLUCIÓN (entonces, como ahora, se escribía con mayúsuclas).
Allende respondió de inmediato: "Estudiar, los jóvenes, los estudiantes, deben estudiar; ese es su compromiso con su país" (la cita no es textual).

Ayer, al salir del trabajo, acompañé por algunos metros la marcha de estudiantes de la UNAM que apoyan al SME. Llevábamos el mismo rumbo: el Metrobús. Luego, ellos se desviaron por Eje 10. Al llegar a la estación Doctor Galvez me encontré con trabajadores de base de la UNAM que también se dirigían a la marcha. Llegando a la Glorieta de Insurgentes nos desalojaron del Metrobús, porque Reforma ya estaba cerrado. En tanto, los trabajadores unamitas gritaban Goyas y su apoyo al SME.
Tomé el Metro y en Balderas me crucé con otro contingente de estudiantes de la UNAM; después fue en Hidalgo donde me escabullí entre un grupo de personas con playeras rojas. Al llegar a mi destino, creo que ya no soportaba el dolor de cabeza.

Una trabajadora del STUNAM, a la altura de Álvaro Obregón, se propuso adoctrinarnos. Señaló cuántos eran los empleados de Luz y Fuerza del Centro que serían despedidos, grito contra Calderón todo su odio: "¿es este el presidente del empleo?"... "¡Y sólo van a recontratar a 10 mil!", nos alertó, para que nos uniéramos a su causa.
Me puse los audífonos y subí el volumen de la música. No quería alegar...
¿Sabrá esa trabajadora que el presupuesto anual de LyFC equivale casi al doble del de la UNAM? ¿Qué podría decirle a los 305 alumnos que se vieron afectados en facultades, escuelas y unidades multidisciplinarias que se quedaron sin servicios porque los del STUNAM (gracias a sus derechos laborales) abandonaron su puesto de trabajo para ir a apoyar al SME?

Pero bueno, qué se puede esperar, cuando el mismo rector, José Narro, lleva varias semanas amenazando con que en México es posible un estallido social (hace unos días, incluso, les insinuó a algunos reporteros que esas guerrillas, esos movimientos, se estaban formando en la propia UNAM).
¿Qué gana el rector?: ¿que le aprueben el presupuesto que quiere, ser tan reconocido como Juan Ramón de la Fuente (quien despilfarraba el presupuesto de la UNAM en publicidad), mostrar lo grande que es su influencia en la política nacional?

Se dice que la UNAM es un laboratorio social de lo que pasa en el país. De ser así, qué pasa cuando la cabeza de ese microuniverso es alguién que le gusta amenazar, que le gusta levantar el dedo flamígero, que le encanta hablar de política y no sólo de educación.

Es una pena el discurso del Rector, una pena no por su contenido, sino porque opaca los grandes logros que ha conseguido en la Universidad: que los jóvenes en lugar de emborracharse los viernes se pongan a convivir sin alcohol o drogas en Las Islas; que se equipen los CCH's, Prepas y Facultades; que los estudiantes se involucren en la vida de la Universidad; que los proyectos de investigación sigan adelante...

Es cierto lo que dice Textonauta. Hoy no es posible inclinarse a un sólo extremo de la balanza. Hoy, cuando se ve la realidad en blanco y negro, uno debe esforzarse por saber que hay más cosas, más tonalidades. Es bueno apoyar un movimiento sindicalista si esa es la convicción, es bueno alzar la voz, aún se puede disentir por convicción propia; pero creo que también es hora de saber que cada uno tiene un rol y debe ejercerlo a la perfección, desde el gobienro federal (que nos debe garantizar un Estado de Derecho) hasta los movimientos sociales (que deben ser congruentes y ver por el país y no sólo por ellos). Es cierto, también hay que exigir, desde nuestro frente, con responsabilidad, con congruencia.

Hace 10 años yo marchaba por las calles, pedía la resolución de los 6 puntos del pliego petitorio, ocasionaba problemas en el tránsito y entonces no me importaba. Ya pasó esa etapa de mi vida.

Entonces, como ahora, apostaba por el reformismo y no por la revolución. Mi mejor amiga de esas épocas, no creía que se pudiera lograr.

Ayer veía a los jóvenes, a los niños y sus padres, a los del STUNAM y quería decirles tantas cosas. Dicen que no ser comunista a los 20 años es un pecado, pero seguirlo siendo a los 40 es una pendejada, recordé.

Ahora miro la protesta desde otra barrera, con ganas de censurarla, pero con la convicción de que no debo hacerlo, pues sé perfectamente que ahora les toca a otros intentar hacer la revolución. Mi tiempo ya pasó.

2 comentarios:

Rogelio Pineda Rojas dijo...

Nuestro tiempo ya pasó.

JJ dijo...

Comienzas con una cita de Allende... ¿Te imaginas qué habría sucedido si él hubiera pensado que su tiempo para intentar hacer la revolución había pasado en 1952, o en 1958, o en 1964, todas ésas, elecciones perdidas?
Más que tu tiempo para intentar la revolución, creo que lo que pasó fue la época en la que las personas podíamos creer en algo a perpetuidad...
Un abrazo.