jueves, 14 de mayo de 2009

I

Camino por CU, ya de tarde. De pronto, siento que un par de pájaros se aproxima volando cerca de donde estoy. No los veo, sólo los presiento. Cuando estoy a punto de voltear a verlos, desvió la mirada hacia el lado contrario. Mi paso se ha quedado a la mitad. Siento un miedo tan adentro de mí que el cuerpo se me tensa y lo obligo a no ver a esos gorriones (supongo). Tras un segundo de sentirme en medio del purgatorio, doy un nuevo paso temiendo aún que los pájaros estén cerca de mí.
Debo frotarme los brazos para eliminar la piel erizada.

II

Espero a mi esposa en el Vips de Miguel Ángel de Quevedo. Está a punto de llover. Delante de la mesa donde estoy, está el novio (¿esposo?) de una mujer que hace 13 años fue parte de mi vida: la mayor de las Balderas. Es curioso, no que él esté, sino cómo lo veo, con la cara demasiado roja, como antes cuando uno podía modificar los colores de las imágenes en la televisión mediante una manija y nunca quedaba exacto. Pienso que tal vez se deba a una cuestión sentimental el que aprecie tan roja la cara del hombre (¿él me recordará?), pero apenas estoy reflexionándolo cuando me doy cuenta que la cara de una mujer está saturada del contraste, que el otro hombre está muy amarillo, un niño tiene el brillo demasiado alto.
Al llegar mi esposa, los tonos de mi vista vuelven a la normalidad. Además, el esposo (¿aún novio?) de la mayor de las Balderas se ha marchado.

III

Ayer fue un día extraño. Por la noche, quise escribirle a una amiga un correo, decirle que mi estómago había resentido la sensación que me dejó su mail. Fue como sentir que descendía de la última cumbre de una montaña rusa (perdón por la imagen, pero esa fue la sensación). Su mail, entre otras cosas, decía: "El príncipe del reino de los Persas me resistió durante ventiún días, pero vino en mi ayuda Miguel, uno de los pincipales príncipes. Lo dejé luchando con el rey de Persia y vine a explicarte lo que ocurrirá a tu pueblo al fin de los tiempos. Porque esta visión también se refiere a esos días" (Daniel 10:13).

IV

Amanecí rascándome el brazo. En mis sueños estaba angustiado...

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