Me llama la atención su brusca manera de detenerse (Cortázar dixit). La miro y es una muchacha de pelo castaño ondulado, de facciones suaves, quien me mira interrogativa. Tal vez me confundió con alguien. Sin embargo, casi al salir de la Biblioteca Central la observo de nuevo, sentada en un escalón, leyendo un libro de poesía. Esta ocasión no me ha mirado.
Luego, de camino al CELE, la miro pasar en bicicleta, vestida de forma distinta; y apenas pido una torta, pasa detrás mío con un short ajustadísimo, diferente a la falda que traía.
Después alzó la vista de un libro y la observo pasearse por Las Islas, viste pantalón de mezclilla.
Ya de rato, subiendo por el caracol del Metrobús, por última ocasión me topo con ella: medirá 1.65 m, de piel blanca, con un cabello atado en media cola de caballo, es bonita.
¿Realmente ha sido la misma mujer desde la primera vez que la vi? ¿En realidad la he visto tantas veces? ¿Quién es, por qué finje cruzarse en mi camino?
Durante los últimos días he sentido que mi rededor es muy grande, como si me hubiera empequeñecido. También me acuerdo de un anuncio en donde un hombre está atado de por vida a la niña que accidentalmente mató estando borracho.
Extrañamente me siento feliz. ¿Será que Oli, mi fantasma personal, ha vuelto?
Cuando voy en el microbús busco por todas partes a la muchacha con quien he jugado a encontrarme, tengo ganas de preguntarle: ¿Esta vez has vuelto para quedarte, Oli?