martes, 21 de abril de 2009

Disco rayado

Hay marcha rumbo a CU: no hay camiones que me lleven al Metrobús.

Camino por detrás de la alberca olímpica, avanzo por los campos de futbol americano. Llovizna. De repende es como si tuviera un deja vú, pero en realidad es un recuerdo que no termino por precisar. "Cuándo vi estas mismas piedras volcánicas, cuándo aspiré este aroma, cuándo sentí frío al caminar por este lugar".
Y todo comienza a dilusidarse, pero temo llegar hasta la claridad, pues el disco suena demasiado rayado y es como si a cada vuelta regresara al mismo acorde, al mismo sentimiento:

Una voz me pide le compre un café, pero me niego argumentando que debemos caminar mucho para encontrar un lugar. La verdad es que estoy harto de cumplirle sus caprichos. Llevamos ya algunas horas caminando por CU, hablando de la novela (entonces apenas un proyecto), de los errores que cometen los jóvenes escritores, de los inicios de algunas novelas memorabels según ella: "¿Encontraría a La Maga?" Después, ella, la de siempre, rebusca en su mochila deshilachada unos cigarros y extrae uno (los dedos y uñas con que lo agarra están manchados de amarillo). Muerde el cigarro y con un movimiento nervioso busca afanosa su encendedor, pero al no encontrarlo comienza a maldecir entre dientes. Saco el mío y enciendo el cigarro. Entonces seguimos caminando, platicando, sin importarnos la llovizna, los deportistas que pasan a nuestro lado y tosen en vez de quejarse por la estela de humo que vamos dejando. Ya casi de noche la he de acompañar hasta la Rectoría. Ahí, ella, el fantasma que tantos meses después me ha de desquiciar, tomará un camión que la lleve al Metro y después ira a su casa. Lleva en su mochila, por cierto, un libro de cuentos, escritos por ella, donde refleja su mundo (que casi es un manicomio), corregidos, marcados con lápiz por mí.
Nos diremos adiós y después volveremos a vernos muchas veces más...


Pero ayer, ya con ella, el fantasma, la de siempre, perdida, sin rastro, recorro ese camino y miro las piedras con añoranza, siento la llovizna y la recuerdo diciendo: "También está: 'Vine a Comala porque me dijeron que...'", y entonces, cuando el camino se bifurca, prefiero tomar uno distinto al que recorrí a su lado, pues ya no quiero seguir recordando.
Casi he llegado a casa cuando tengo un macabro pensamiento: si estuviera muerta, seguro ya habría venido a despedirse de mí.

Por la noche he de soñarla, no platicando conmigo, sino con Alfonso Reyes (es curioso, ella siempre leía a Martín Luis Guzmán), preguntándole sobre literatura. Mientras tanto, yo trato de desmarcarme de un Monsiváis que sólo me mira inquisitivo, al tiempo que con una escoba barro los cientos de ratones que hay en ese cuarto de vecindad en donde estamos: yo mirándola, ella sin percibirme. Es una tarde soleada y tengo mucho miedo...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

He terminado por darme cuenta que Lona te va a volver loco o será acaso que ya lo estás? jaja.

También, como tú, creo que si ya no estuviera en este mundo tendría la cortesía de venir a despedirse de ti, así pues que no decaiga el ánimo, algún día la encontrarás, eso espero por los dos, sino ya seremos tres los locos.

Besos, muchos besos

LL

Anónimo dijo...

Hay memorias que no duelen pero se prolongan, incertidumbres que se hacen eternas, no dejes que esto los vuelva locos.

mangelacosta dijo...

Anónimo, muchas gracias por tu comentario. Muy chido...