lunes, 9 de febrero de 2009

Afuera de la casa de mis padres había un árbol de durazno que floreaba entrada la primavera. También había un pino, nacido de un "pie de árbol" que recogimos después de un día de campo. El pino lo cortamos hace 10 o 12 años, pues la banqueta empezaba a romperse y el cableado eléctrico corría el riesgo de hacer corto circuito. El durazno, por su parte, se fue muriendo de abandono, de viejo, de plagas.
Frente al departamento donde ahora vivo antes había un durazno que no sólo floraba en primavera, sino en muchos meses del año. Me recordaba, irremediablemente, la ventana de mi recámara, desde donde se veían las flores y los frutos de aquel árbol de mi infancia.
Este durazno, el del lugar donde ahora habito, también ha sucumbido al descuido de los dueños, a los fríos inclementes. Está apunto de desaparecer.
Hoy, cuando caminaba hacia el trabajo volteé hacia la Digección General de CCH y en medio de su gran patio un árbol de durazno floreado y esplendoroso me quitó el mal humor que traía.
Con esa imagen en los ojos, me dispongo a empezar la semana...


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