martes, 27 de enero de 2009

Me da pena reconocerlo, pero en algún momento se va a notar, así que mejor explico antes de que vengan los rumores: tengo una herida en la muñeca del brazo izquierdo, una herida poco común, pero que tiene una historia.
La primera vez que la noté fue una mañana de hace casi tres meses. Tenía comezón y al rascarme detecté dos pequeños orificios, con sangre aún fresca. Pensé en una araña, pero la limpieza de la casa estaba recién hecha; luego me atreví a imaginar un alacrán (eran tiempos húmedos y cálidos); pero terminé por bromear con mi esposa: el almohadón de plumas y su ser vampírico escondido. Por no pecar de confiado, revisé las almohadas, pero estaban ligeras y no había ninguna mancha escarlata.
Ese día me apliqué alcohol, hice que supurara la herida la sanguaza que aún tenía y luego me olvidé del asunto.
Unas horas después ya no eran dos puntos rojos en mi muñeca, sino múltiples granos carmesí que daban un poco de miedo. Mi teoría de la araña se reforzó, así que busqué debajo de los burós, detrás de la cama, en las esquinas del techo, pero no hallé ni una pequeña telaraña. Ya habría escapado la culpable, seguro.
Conforme pasaron los días la herida se hizo más grande. A la semana aquello causaba asco y miedo, y el mertiolate, el jugo de ajo, el alcohol, la pomada de la tía, no consiguieron nada. De repente los síntomas desaparecían, la piel parecía al fin convertirse en costras que hacían pensar en la sanación, pero apenas comenzaban a caerse (debido al baño, a la aplicación de más alcohol y mertiolate), surgía otro pequeño piquete ya casi color púrpura.
Pasó diciembre y la mitad de enero. Pasaron también las recomendaciones de ir a ver un médico y mi recurrente negación (ya se sabe mi miedo a los diagnósticos, a los análisis clínicos), hasta hace unos días en que un correo electrónico me informó que nada hay mejor para desinfectar una herida que el agua oxigenada.
He de confesar que ya había probado con ella unos días, días en que la herida pareció recuperarse, sin embargo la decidia me llevó a abandonar el remedio. Sin embargo, hilando el e-mail y la mejoría, he comenzado a aplicar de nuevo, con un algodón pequeño, agua oxigenada sobre la herida de unos tres centímetros de diámetro. Mientras tanto, uso camisas de manga larga, suéteres que cubren eso que tanta pena me da.
Creo estar mejor, pero mi carácter ha estado muy variable: ya de pronto me enervo y al segundo siguiente tengo ganas de abrazar a quien esté a mi lado. Lo peor, y de ahí mi mayor temor, es que ayer mientras me lavaba los dientes noté el tamaño de mis colmillos (nunca había reparado en él) y los vi muy grandes.
Hoy no sé si debo acudir al doctor o pedir que me revisen esa herida que tras dos meses y medio no termina de sanar. No sé si sólo seguir aplicando agua oxigenada o será mejor que empiece a revisar algunos libros de hechicería o averiguar si entre tantos doctores que conoce mi esposa no se encuentra algún moderno Van Helsing...

1 comentario:

Orfa dijo...

ya se me hacía raro que conocieras demasiado bien esas historias de terror en tercera persona que nos contaste el día que fueron a la casa. mmm. interesante. muy interesante