jueves, 22 de enero de 2009

Cuenta mi madre que de niño tenía una nariz de "botón de rosa", misma que fue haciéndose grande y gorda debido a la forma en cómo me la sueno, a los barros y espinillas que me acompañaron en la adolescencia.
Mi nariz, que resalta cuando traigo el pelo corto, constantemente me sangra, no mucho, sólo pequeñas gotas que manchan el papel higiénico después de sonarme. Además, suele jugarme malos ratos como desde hace algunos días:
Llego al trabajo y la mujer que siempre me sonríe huele a ropero viejo, con ropa y naftalina incluidas; la mujer que me abraza despide un olor a baño público, limpio, eso sí, pero baño al fin; la compañera de voz aterciopelada despide un aroma a sábanas lavadas varias semanas antes; y el compañero de la sonrisa caída emite el olor característico de las personas obesas: amargo y repelente.
Más tarde detecto un aire como de cigarro recién apagado justo cuando un compañero se presenta a la puerta; y percibo el rancio olor de la brillantina que otro compañero usa. El aroma a sudor y mugre me es casi insoportable cuando me despido de una mujer y apenas pongo un pie en la calle, el viento me lleva hasta la nariz el olor de unos tacos que venden casi a cien metros de donde paso.
Más tarde, ya en casa, detecto cierta humedad en los libros, casi puedo adivinar lo que contienen los papeleros de todas las recámaras. El cigarro, apenas lo prendo, me resulta enloquecedor (si no fuera por el vicio, en ese instante lo apagaría para dejar a mi nariz respirar).
Es terrible: tantos olores, tantos recuerdos que llevan consigo, tantos humores que respiro a diario.
No sé hasta cuando ha de durar esta percepción aumentada de la realidad y por más que miro en el espejo, mi nariz sigue siendo la misma: grande y gorda, llena de poros abiertos, brillante, terrorífica. Recuerdo entonces al monje que odiaba su gran nariz y por medio de un hechizo la redujo de tamaño, me acuerdo también de otro cuento sobre otra nariz, y en el colmo de la desesperación la toco y reviso como queriendo hallar una posible solución. Todo es confusión, hasta que mi esposa aparece, me pregunta en qué pienso y su olor me hace olvidarlo todo.
Después, dejo de pensar en mi problema y la sigo hasta la cama.