miércoles, 26 de noviembre de 2008

La miro mientras duerme, sin afán de caer en un lugar común. Respira despacio y sonríe, muchas veces lo hace: supongo que tendrá sueños felices. Los brazos están por encima de su cara y sus labios tienen un color que revelan que siente frío.
Es tarde ya, falta que nos bañemos, pero el día empieza y no quiero que las prisas me presionen.
Recuerdo entonces algo que un doctor me dijo ayer. Íbamos de salida de una cena y el hombre, calvo y de ojos pequeños, nos extendió la mano. Ella me presentó como su marido. Él me dio un apretón de manos fuerte y cariñoso: "Tiene suerte. Esta mujer ha hecho un trabajo magnífico. Es extraordinaria". Y entonces ya presentía que había una persona más que había descubierto en ella lo que a diario noto mientras duerme.
Por la mañana le di un beso para despertarla y le hubiera dicho muchas cosas, de esas que se dicen los novios, de no ser porque ella abrió los ojos lentamente y ante eso me quedé sin palabras.

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