martes, 18 de noviembre de 2008

Abro la boca mientras nos estamos bañando: "Oye la historia que contome un día / el viejo enterrador de la comarca / era un amante que por suerte un día / su dulce bien le arrebató la parca" (y vuelvo al pasado, como siempre que escucho a Julio Jaramillo. Pienso entonces en Marines, un gordo conductor de los años inocentes de Pachuca. Era del barrio de El Mosco, panista -cuando a nadie le importaba la filiación política- y calvo. En diciembre organizaba posadas y donaba regalos a los niños de los barrios pobres y todas las navidades recitaba poemas a través de 98.1, la estación estatal. Aún no se hacía famoso Paco Stanley con sus casettes de poemas, y el declamador de América, un tal Bernal, ya había sido olvidado junto con los discos de acetato. Marines, por su parte, siempre recitaba Taurina, la historia de una niña con una muñeca vieja y una madre humilde -no recuerdo si humilde o muerta-, que en el frío de la madrugada se aferraba a un montón de trapos deshilachados. Además, Marines tenía la hora de Julio Jaramillo y si bien podía ausentarse de cualquier otro programa -casi conducía toda la barra programática-, esa hora siempre contaba con su voz. Ahora, muchos años después, pienso que si me gustan las historias de terror lo debo en parte a esa hora en que papá sintonizaba la estación y oíamos a Jaramillo y la canción con que hoy amanecí en la boca: Bodas negras, la historia de un hombre que se casa con la osamenta de su novia muerta).
Ya casi terminábamos de bañarnos y yo continuaba cantando:
"Ató con cintas los desnudos huesos / el yerto cráneo coronó de flores / la horrible boca la llenó de besos / y le contó sonriendo sus amores. / Llevo a la novia al tálamo mullido / y se acostó junto a ella enamorado / y para siempre se quedó dormido / al rígido esqueleto abrazado".

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