viernes, 10 de octubre de 2008

Su color original era blanco, y entonces padeció conmigo los impulsivos años de juventud -terminé una amistad, la del Negro, usándolo como pretexto.
Luego, cuando ya era color beige-amarillo, nos acompañó en noches interminables, en borracheras fraternas, en aventuras a veces riesgosas -incluida cuando un polícia cortó cartucho y nos pidió varios cientos de pesos por dejarnos libres.
Ya rojo, vivió algunos años de nuestro matrimonio y nos llevó lo mismo a Huatulco -12 horas continuas de carretera- que a Puebla, Querétaro, Pachuca.
El vocho, así, fue mi amigo, por eso el día que decidimos venderlo y él se hacía el chocoso -empezó a fallar como nunca lo había hecho- tuve que hablar con él y explicarle la situación: no es que ya no lo quisiera, sino que de quedarse conmigo iba a estar arrumbado en el estacionamiento, en la soledad del día completo, quizá sólo en compañía las noches en que bajáramos a cenar unos tacos, unas hamburguesas.
La plática fue en vano, siguió dando lata hasta el día que lo abandonamos en Pachuca -tenía que venderse en provincia. Entonces, ese día, regresé triste al DF, sintiendo que parte de mi vida -estaba conmigo desde los 14 años- se alejaba hasta volverse invisible -perdón por el lugar común.
Hubo oportunidad de venderlo -incluso más caro-, pero el miedo, la añoranza, impidieron que me animara a cerrar el trato.
Ayer, por fin se vendió. Desconozco en manos de quién habrá quedado, y sin alcanzar aún a entenderlo, no concibo cómo es que no me duele su ausencia.
Ahora me preocupa otra cosa, algo más íntimo.
El vocho se fue -aún cuando muchas veces dije que quería me enterraran con él-, ya no estará para subir a las compañeras hermosas de la secundaria, ya no nos acompañará en las noches juveniles pachuqueñas -si es que algún día los amigos volvemos a reunirnos-, y ya no estará en el estacionamiento del departamento por las noches. Ya no será necesario hablar con él para que haga un esfuerzo por llegar a la gasolinera a cargar combustible, ya no será necesario decirle groserías cuando se le antoje descomponerse, ya no estará en la memoria, ni en los recuerdos que cada día parecen alejarme más del lugar donde nací, de la gente con la que crecí, del amigo que tantas ocasiones me hizo compañía en mis decepciones amorosas, en mis aventuras amorosas, en mis fiestas particulares, en mis tristezas nocturnas. 
Ya no estará, y aunque parezca falso, no lo extraño ni el 10 por ciento de como pensé que lo iba a extrañar...
Tal vez no me ha caído el veinte.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo extrañarás en cuanto lo ubiques en los recuerdos presentes!

Sé que ya han paso varios post pero aki entre nos ¿quién es tu alter ego? Creo que lo recuerdo pero no estoy segura!


MR.

JJ dijo...

Ya llegará, muchacho, ya llegará...