miércoles, 15 de octubre de 2008

Mientras lavo los trastes ella escribe. No es que me guste lavarlos, pero soy maniático de hacerlo con tal de ocupar cloro para evitar cualquier olor posterior. Ella lo ha terminado por comprender después de siete años. Es de noche y escucho Horizonte. Eugenio Toussaint habla sobre vino y sobre jazz. Describe los vinos rojos -jamás dicen tintos-, los blancos y los rosados, comenta el maridaje que aún persiste entre los vinos y las carnes. Y yo sigo fregando los trastes, y ella sigue escribiendo.
Escribe en su blog de papel, así le llama. Lo hace muy escasas ocasiones -incluso la vez que vio su número de "entradas" dice que estuvo a punto de llorar. Pero ahora que escribe parece que nada en el mundo existe más que su pluma.
Luego me lee su primer "post": sobre su experiencia de ir a clases de baile folclórico a la escuela de Amalia Hernández. Lee y la siento tan cercana, tan ella.
Ya cuando todos los trastes se escurren en el fregadero tengo unas enormes ganas de tomar vino. El programa de radio ha provocado esa rareza. Esculco tras los libros y veo que aún tenemos varias botellas, así que saco una y la destapo. Por no lavar más, sirvo el vino "rojo" en vasos para whiskey -pienso en Pepe.
Ella entonces lee su segundo "post", que trata sobre Kala y sobre lo atinado de sus predicciones. Es sencillo y profundo, y acaba con algo como: "los peces -ella es piscis- deberíamos leer a Kala antes de aventarnos al agua".
Bebemos más vino mientras hablamos de Graham Greene, de Drácula, de Frankestein, de La isla del tesoro; mientras conversamos de danza, de cine, de las amistades, de las emociones.
Hasta que llega un momento en que con la mente ofuscada por el vino, decidimos dar por terminada esa velada en la que yo he usado un mandil toda la noche y ella está despeinada, con la pijama puesta.
Pregunta si vamos a guardar lo que quedó de la botella, pero contesto que no, pues no acostumbramos el vino y seguramente sólo lo guardaremos para tirarlo al mes, al mes y medio.
Pienso en que no deberíamos desperdiciar, y tal vez por ello no debimos abrir la botella, pues la teníamos para un momento especial -como la caja de tés que guardamos un año y apenas la abrimos para descubrir que no  nos gustaban del todo.
Y entonces, mientras tiro el contenido de la botella en el fregadero y apago la grabadora y el jazz se deja de escuchar y ella camina rumbo a la recámara y miro su blog de papel en la mesa y me quito el mandil, me doy cuenta que ese fue un momento especial, que desde la tarde vivíamos un momento especial, pero que aún no nos habíamos dado cuenta...

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