viernes, 19 de septiembre de 2008

Mi jefe pregunta qué le hice a mi alter ego para que me odie tanto: ¿le bajaste a una vieja, te burlaste de él frente a otra gente?
Yo sonrío. Quisiera carcajearme, pero me contengo.
Mi alter ego se ganó ese apodo por parte de un conocido en común. Íbamos juntos en la Facultad y a los dos nos gustaba leer, pero mientras mis crónicas buscaban el sentimentalismo popular, las de él acudían al Diccionario de Cristopher Domínguez (su amigo, según nos confesó un día) para avalar sus opiniones.
Luego fue adjunto en una clase que yo tomé. Desafortunadamente, literatura. Nunca se ensañó con mis trabajos y creo que en algunas ocasiones él tuvo que ver para que mis textos fueran leídos durante la clase como ejemplos (aún no sé si de un buen o mal trabajo). Ese profesor quizo un día hacer un grupo literario y nos convocó a algunos, sin embargo, la segunda invitación nunca me llegó.
Aún no sospechaba a qué se debía y atribuí el no haber sido parte de ese grupo a que no se había formado. Años más tarde alguien desmintió mi idea.
Luego, fui a alguna entrevista de trabajo y él era asesor de quien me emplearía. La llamada que me avisaría de mi nuevo puesto, jamás se hizo. Supe después que mi alter ego me había calificado de "maricón" sabiendo que su jefe era homófobo.
Hoy, cuando mi jefe me preguntó qué le había hecho a mi alter ego para que me odiara tanto, la única respuesta que tuve no fue una crítica. "No sé por qué me odia", mentí. "Incluso una vez, cuando él trabajaba con Ricardo Alemán, me ofreció trabajo".
Pensé entonces en alguna clase, cuando habló de su amistad con Cristopher Domínguez, recordé mi crítica ácida (ya entonces empezábamos a odiarnos) y recordé la risa estruendosa del salón de clases después que califiqué su crónica.

Hay afrentas, ahora lo sé, que nunca se perdonan.

1 comentario:

A. dijo...

Qué cosas, Miguel Angel, qué cosas. Saludos.