miércoles, 17 de septiembre de 2008

Uno de mis fantasmas, sino es que el peor, aparece en mis sueños. La miro del otro lado de la acera y apesar de que trato de esconderme, apenas he llegado a casa ella se ríe en mi cara de mi ingenuidad. 
Con agua bendita y bálsamo en las manos despierto a mamá para que me ayude a alejarla, pero mi fantasma sólo se carcajea de nuestros esfuerzos vanos.
Al fin logro meterla dentro de una cloaca, pero la tapadera es de plastilina y a cada instante mi fantasma asoma una mano, una mirada, una risa infernal.
Papá se ha unido a nosotros, pero ni los rezos, ni el bálsamo, ni el agua bendita logran que ella se quede dentro de la coladera.
En un instante veo una botella de alcohol con letras rojas y la tomo para vaciar el contenido sobre mi fantasma y aunque ella se derrite y se deshace -también en forma de plastilina moldeada por manos infantiles- continúa riéndose de mí, pues papá y mamá han desaparecido.
Con temor a que regrese, vacío la totalidad de alcohol y le aviento un cerillo encendido. Pero aún escucho sus risas mientras el tapón de la coladera ha dejado su materia flexible para convertirse en una reja que ha de encadenar a mi fantasma donde hace casi ocho años la encerré.
Al dar la vuelta confío que la coladera que hay en mí no se vuelva a destapar en años. Al menos otros ocho años de tregua, pido, mas mi fantasma, cuatromilpaz, nunca es de fiar.

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