viernes, 1 de agosto de 2008

Esta semana regreso de las vacaciones. En la oficina todo sigue igual y pareciera que nadie se ha tomado unos días libres: están de mal humor, se comen a la gente, te apuñalan apenas ven que has dado la vuelta.
Sobre mi escritorio hay decenas de carpetas informativas que debo leer, quizá miles de páginas. Una a una voy dando cuenta de todas las noticias que salieron sobre la universidad durante tres semanas: anoto datos, marco palitos y bolitas en mis "conteos", checo los boletines que se emitieron.
Para el jueves estoy a punto de regularizarme, de olvidar por un instante que mi labor es la de Sísifo: apenas me ponga al día, unas horas después ya tendré trabajo atrasado. No importa, leo y apunto y subrayo y acoto. Hasta que por fin el viernes terminó la carpeta del viernes y continúo con los conteos, hago gráficas, corrijo escritos.
A las 14:30 he terminado la primera versión, aún debo corregir las 18 páginas que conforman "mi" "análisis". Unos minutos antes de las tres imprimo las hojas, las entrego a mi jefe y regreso a mi asiento con un dolor de cabeza que es ya casi insoportable.
Quisiera fumar, pero la mujer que vende los cigarros sueltos no está en su lugar. Así que me quedo con las ganas. Voy al baño para perder el tiempo hasta que sea mi hora de salida.
Cuando regreso, miro el reloj en la computadora y sé que ya puedo irme a mi casa.
Decido escribir este post, el dolor de cabeza se ha ido, ya no tengo pendientes, podré disfrutar el sábado y domingo, tal vez escribir, leer.
Por primera vez en esta semaa alzo el rostro y estoy dispuesto a salir.
Tengo unas ganas enormes de ponerme a caminar.

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