miércoles, 11 de junio de 2008

Tooru Okada

Al final de las vacaciones de verano un día tomé la mochila, una cámara fotográfica y una botella de agua. Agregué las Crónicas Marcianas, que entonces leía, y salí de casa. Primero caminé una hora por rumbos conocidos, por las calles que a diario circulo, hasta que sin darme cuenta de pronto ya estaba en lugares inimaginados. Recorrí calles extrañas, vi campos en medio de la ciudad, me acerqué a un panteón y subido a una barda fisgoneé una fraccionamiento privado con canchas de basquetbol y alberca. Lluego seguí caminando hasta que llegué a la Carretera México-Cuernavaca y continué en contrasentido de los carros que se alejaban de la ciudad. Pasé un puente y llegué a un poblado, tomé fotografías de un tianguis, de una manta en donde alababan a Hugo Chávez, al Peje y al Ché Guevara; también un barco pirata en el techo de una casa, y a un hombre que fumaba mariguana al pié de la carretera. Después, sin saber muy bien dónde estaba, entré a un café internet y platiqué unos instantes con mi hermana y con Pepe.
Esa tarde había reflexionado mucho, platicado conmigo mismo como desde hacía mucho no hacía.
Luego, caminé hasta que me salieron ampollas, y ya de noche, en un rumbo que poco a poco se fue haciendo familiar, abordé algunos microbuses hasta que llegué a casa. Por alguna razón, en el camino, abrí el libro de Bradbury y al igual que sus expedicionarios, me sentí en otro planeta.
Es curioso, pues ayer sentí la misma necesidad de salir a caminar, de reflexionar mientras daba pasos. Y es curioso, y extraño, porque este urgencia se debía a un personaje literario: sentía su asfixia, su soledad, su incertidumbre, sus deseos por saber quién es en realidad.
El personaje se sumerje en un pozo por varios días para descubrirse a sí mismo, y yo pensé que si salía a caminar tal vez podría ayudarlo, yo como lector podría descubrir un poco qué le pasa, en qué acabará su crónica, cómo puede hacer para terminar con ese pasmo en que se encuentra su vida.
Estuve a punto de salir a caminar, sin embargo preferí seguir leyendo, no podía dejarlo ahí, en el pozo, solo, en medio de la oscuridad. Al menos, y esto creí le sería de utilidad, tendría mis ojos testigos y eso podría ayudarlo un poco para no sentirse tan solo en medio de la nada.

1 comentario:

A. dijo...

Alguna vez hice lo mismo por un personaje. Hace mucho tiempo en realidad y aquel viaje fue una odisea que inició a las once de la noche, tomando cerveza afuera de una gasolinería y terminó en una cantina demasiado lumpen y demasiado gay. Ahí descubrí que mi personaje necesitaba un cambio y lo hice. Sin embargo, después la novela se volvió papel y nunca más volví a trabajarla. Es un error de formación. Me da luego mucha flojera revisar las novelas, tal vez por eso no tengo ninguna terminada y como seis inéditas.