jueves, 27 de marzo de 2008

Sábado pascual

Es de noche.
Estamos en medio de una obscuridad de catacumbas.
Nadie hace ruido.
Afuera aún flamea una fogata que sirvió para un ritual, pero ahora, todos guardamos silencio.
Estamos de luto, sin embargo,una persona comienza a cantar lastimeramente, tal vez para exorcizar el dolor que nos consume desde un día antes.
La voz es familiar y tal vez por eso nos llega más al corazón.
De pronto alguien comienza a contar historias mil veces escuchadas: nos platica de la creación, de los primeros padres, los primeros sacrificios, de la huida, de las bendiciones...
De vez en cuando repetimos una frase en coro, solemnes.
Han pasado varios minutos.
Los que no conseguimos asiento, nos vemos obligados a ocupar el piso (el cansancio, ya se sabe).
A veces nos paramos, escuchamos atentos, hasta que se hace la luz.
Entonces, un olor penetra nuestros sentidos, un olor a santidad.
Las luces se encienden y comienza un repiquetar incesantes de campanas, se oyen algunos cuetes a lo lejos, nuestras voces se unen y cantan la misma tonada.
Osana, Osana...
Él ha resucitado

1 comentario:

Ogirdor dijo...

Me ha gustado este post. Creo que la resurrección es personal. Bendiciones amigo, bendiciones.