viernes, 23 de noviembre de 2007

De noche, cuando el tráfico de Camerino Mendoza había disminuido, nos sentábamos en las escaleras de un local que había a las afueras de su casa (en ese entonces era una farmacia austera y sin mucho surtido).
Hablábamos de cómo se había presentado el día, de la guerra en las cañadas, de discos, de lo dicho por Jordi Soler en Rock 101 y de vez en cuando planeabamos el futuro.
Luego, nos poníamos de acuerdo para ir a correr a la mañana siguiente y pensábamos que la vida nos jugaba con ventaja y mañosamente. Éramos unos adolescentes.
Así pasaban las tardes, las noches pachuqueñas que ignoraban nuestra presencia y que de seguro se mofaban de nuestras palabras:
—Yo nunca me voy a casar —, le dije un día con decisión.
—Yo quiero morime soltero, sin esposa y sin hijos —habría dicho El Catrín.
Después seguramente hablamos de Ilana Sod, a quien habíamos visto en la Mega Pantalla de Papalote Museo del Niño, de la película que había recomendado "El Flaco" esa mañana, del libro "Boca Floja" de Jordi Soler y más tarde me iba a casa caminando, soñando, como entonces lo hacía, con encontrarme una bolsa llena de dinero para comprarme un Porsche de colección.
Ayer, a las siete de la noche, mientras circulaba por Miguel Ángel de Quevedo (en el Distrito Federal), sonó mi celular. Era El Catrín. Supuse de inmediato que no me hablaría para reclamar el que hace seis años me hubiera casado, pero tampoco podía imaginar, que el motivo fuera que había roto su promesa: se convertiría en papá...

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