martes, 3 de julio de 2007

Ayer, platicando con La Mona, me comentaba que al fin consiguió el libro Mr. Vértigo, de Paul Auster. Le contesté que esperaba le gustara tanto como a mí, ya que gracias a esas páginas mi vida cambió. Y le dije esa última frase no como algo hecho, sino con la seguridad de que las verdades, cuando son 100 % auténticas, deben decirse como se sienten, a pesar de que sean un lugar común o una frase hecha.

Hace dos años mi esposa y yo aún padecíamos los estragos de habernos casado: las crisis económicas, los pleitos de vez en cuando, digamos pues, los problemas de quienes aún no se adaptan el uno al otro.

Yo buscaba en internet cosas de literatura, cursos gratis a los cuales asistir; y ella, mientras tanto, trataba de conseguir trabajo. Un día, me topé con un curso de literatura inglesa contemporánea que impartían en la Facultad de Filosofía y Letras, pero al enterarme del costo y de que por primera vez en mi trabajo no me podrían pagar el curso, decidí al menos copiar la bibliografía recomendada.

Harto de que todos los libros no se encontraran en la Biblioteca Central, decidí comprar el más barato: Mr. Vértigo (107 pesos).

La fortuna, a quien en esa época dejaba toda mi suerte, quizo que un amigo me apostara un libro de cien pesos y que yo ganara esa apuesta, así es que Mr. Vértigo me costó únicamente los 7 pesos que no cubría la apuesta.

Dudé algunos días si leerlo o no, pues la contraportado no me insitaba mucho, pero una tarde, atraído por la leyenda de Walter, el niño que logró levitar, recorrí las páginas que Paul Auster había escrito para mí (así lo pensé en ese momento). No contaré mucho del libro, baste decir que al final tuve la impresión de que todos los sacrificios, por duros que parezcan, pueden llevarnos a la felicidad.

Y es curioso que ahora La Mona lo vaya a leer y me recuerde aquella primera impresión que me dejó la lectura del libro. Es curioso pues me he topado con incrédulos que disminuyen el valor de algunos "sacrificos": dejar de fumar, ya no beber, procurar ser mejor persona (dicen que no valen la pena porque son demasiado radicales, o que no son sinceros porque no se dejan de practicar después de una crisis -me han dicho que las personas dejan de tomar sólo cuando llegan a matar a alguien, a accidentarse o a golpear a su pareja-, o que quizá esos sacrificios son sólo una forma de pedir algo a cambio: dejo de tomar a cambio de que me vaya mejor, dejo de fumar para que otros aprendan con mi "ejemplo"...)

Lo raro es que nadie ha atinado a entender la razón de esos sacrificios (que no son tales) según yo. Quien toma esas decisiones en su vida tal vez sólo quiere ser mejor persona por sí misma y por quienes le rodean, quiere que sus padres se sientan satisfechos de haber criado a un buen hombre, quiere que su esposa(o) se sienta feliz a su lado, quiere que su hermana no dude en llamarle cuando así lo desee, quiere que sus sobrinos le piensen y sonrían al hacerlo, quiere que sus amigos sepan que también sobrio puede estar loco, pero sobre todo, quiere que al final (al menos del día), al verse en el espejo, no tenga nada que reprocharse, pues habrá hecho lo que estaba en sus manos para ser feliz.

Y dicen que ser feliz es el secreto de la vida ¿o no?

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