miércoles, 13 de junio de 2007

El día comenzaba en la central de abastos. Ahí, mi papá compraba cajas de papas, costales de tomates, cientos de nopales, arpillas de cebolllas. Luego, junto con bolsas y cajas de frutas, verduras y legumbres, un cargante las llevaba a una camioneta que transportaba la carga hasta el mercado Primero de Mayo.
Ya en el puesto, descargábamos la mercancía: limpiábamos los jitomates con un trapo enaceitado para darles mayor brillo, les quitábamos una capa de piel a las cebollas, acomodábamos las zanahorias de la forma más vistosa, incluso los domingos papá partía una sandía y la exhibia con ese rojo jugoso que sólo esa fruta tiene.
Entre semana me mandaba a entregar pedidos a hospitales y restaurantes. Un cargante me acompañaba y juntos nos echábamos cajas a los hombros y entregábamos todo lo que en una lista aparecía. Recuerdo, por ejemplo, entrar al Hospital General, al Hospital Psiquiátrico Fernando Ocaranza, al restorán Ciro's, a la Blanca... Y en todos los lugares se admiraban de que ese niño de 10 ó 12 años cargara bultos de más de 50 kilos de peso.
Luego, de regreso en el mercado, mi papá nos mandaba por bolillos calientes y los comíamos con aguacate, cebolla, jitomate y chile (a veces con plátano tabasco).
Ya que la venta bajaba, me ponía a pelar chícharos, cacahuates, a llenar bolsas de a kilo con papas cambray, a hacer letreros donde promocionábamos, por ejemplo, "uvas Domecq" (que en realidad eran uvas globo); granadas chinas, brócoli, coles de Bruselas y todos esos productos que hace 20 años era muy difícil encontrar en Pachuca.
Por la tarde mi mamá nos mandaba de comer y, ya en los últimos años, cerrábamos el puesto a las cuatro o cinco .
Entonces era muy feliz, a lo mejor más de lo que mucho tiempo fui. Es cierto, cargaba bultos, me ensuciaba las manos, iba a entregar pedidos, terminaba molido del cuerpo. Sin embargo, cooperaba con el trabajo que nos daba de comer.
Hoy, a muchos años de distancia, sigo sin entender bien a bien a qué se refieren con explotación infantil, sobre todo cuando veo esas fotos en donde los niños cargan ladrillos y sonríen (no sé si solamente mientras les toman la foto) o a niños que labran el campo y traen los cachetes chapeados... No lo sé... Yo nunca deje de ir a la escuela por ayudarle a mi papá en el puesto, nunca me sentí explotado y jamás pensé en demandar a mis padres con el DIF (al menos por esta causa).
Hace un rato vi unas fotos en el periódico (la nota hablaba de una propuesta de los diputados) y pensé que tal vez esos niños también sienten que cooperan con su hogar al trabajar cinco o seis horas, a lo mejor no se sienten explotados o quizá en un futuro, como yo, recuerden esos momentos como algunos de los más felices en su vida.

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