jueves, 10 de marzo de 2011

Meditando (con la reserva ecológica como fondo)

La primera reacción frente a la enfermedad es el enojo. No se comprende por qué a uno es a quien le pasan las cosas ("justo ahora que todo empezaba a ir bien"). Los reclamos a Dios, a la vida, al destino son proporcionales a la cantidad de dolor que sentimos.
Después, conforme avanza el tratamiento, se comprende que a veces el dolor que infringe el médico es el mayor bien que se nos puede hacer ("este dolor me quitará muchos otros"). Y así, vamos de una medicina a otra, de un llanto a otro, comprendiendo que de a poco la enfermedad va desapareciendo y uno es capaz de disfrutarla (al menos de sobrellevarla).
Entonces entendemos que con la enfermedad uno es capaz de olvidar todos los prejuicios y los pudores. Si la enfermera ha de cambiar una venda, si el doctor ha de hacer una curación o si deben ayudarlo incluso para ir al baño, ya no importa nada. Uno se siente en tiempos de guerra, mendigando la compasión de los demás, pero sin estar triste. Es decir, nos brindan un apoyo y para nosotros es sólo eso.
Los tiempos muertos, que por cierto abundan, son ideales para reflexionar ("de qué sirvió que me cuidara tanto, que comiera a mis horas, que hiciera ejercicio, que no fumara..."). Y aunque uno quiere hundirse en una auto conmiseración, los mimos que se nos brindan, las llamadas de los amigos, la preocupación de quienes nos rodean nos hacen saber que sólo nos estamos tirando al drama. Quizá es cuando llega el momento en que se piensa en las personas con alguna enfermedad terminal, con un cáncer incurable, con un padecimiento de varios años. Se mira el techo, pues la enfermedad nos obliga a la postración, y se sonríe levemente (sin que nadie lo perciba y note nuestra mejoría).
A lo mejor sea en el instante en que ya sólo consumimos un medicamento, en que hemos dejado la dieta blanda, en que las visitas al doctor son más esporádicas, cuando dejamos de poner cara trsite y nos aventuramos a reír, a caminar como si nada hubiera pasado, a intentar no apoyarnos en el otro.
Pero es en el momento final, cuando el dolor al fin nos ha abandonado, que llega la revelación: la enfermedad no fue un castigo, sino un obstáculo que debía brincarse para poder disfrutar esa felicidad completa que empezamos a vislumbrar en el futuro inmediato. Entonces volvemos a hablar con Dios, con el destino, con la vida, y les agradecemos haber sufrido un poco (o un mucho) y así poder estar al cien por ciento para lo que viene, que seguro será pura dicha (pues, hay que decirlo, casi siempre uno termina las enfermedades muy esperanzado).

3 comentarios:

JJ dijo...

Espero que te sientas mejor. Recuérdame llevarte mi librito de Norbert Elias, ese que leí el año pasado en que tan mal la pasé con la fragilidad de mi salud, y del que espero que recuerdes algún comentario en nuestras pláticas.
Ánimo, porras y abrazos.

Rogelio Pineda Rojas dijo...

"Levántate y camina". Como siempre, mis mejores deseos, Mike. Cuídate mucho. Recupérate pronto.
Salud-dos.

mangelacosta dijo...

Muchacho: Ya todo mejor. Te recuerdo traerme el libro de Norbert Elias. Espero que mañana podamos platicar un buen rato.
Roger: Muchas gracias. Hoy me he levantado y andado. ¿Tú, has regresado a la vista? Ojalá nos veamos pronto. Ya estoy organizando con Diana ir a comer gorditas de chicharrón a un lugarcillo del centro. ¿Cómo ves?