jueves, 28 de octubre de 2010

Platicar con ella era sentirse en medio de Comala: entre la imaginación, una realidad borroneada o el vacío. Quizá por eso llegué a quererla tanto. No es necesario por eso repetir la estación del Metro donde la vi por última vez, ni los esfuerzos (inútiles) que hice por buscarla.
El lunes la recordaba cuando le narré a mi esposa una anécdota sobre Alí Chumacero. Hoy, después de leer un artículo en el que hablaban del poeta, me di cuenta que este año (desafortunadamente) he perdido dos ocasiones para buscarla (no sé siquiera si aún quiero encontrarla).
En febrero que murió Carlos Montemayor me recriminé por nunca haber terminado de leer Guerra en el paraíso, y entonces recordé esa anécdota de cuando Montemayor se quedó encerrado en un elevador y toda la noche estuvo cantando arias (mientras llegaban a rescatarlo). Hoy no sé si la anécdota me la contó ella o simplemente la tengo en la memoria por el día que me prestó un CD donde Montemayor cantaba con su voz profunda. Él había sido su tutor en el Centro Mexicano de Escritores, y según contaba ella, el mayor crítico de su No habrá más rezos para ti. También, a él le debía algunas correcciones fundamentales en su cuentario y el gusto por la ópera.
(Vuelvo) Entonces, el día de su velorio, sé que ella tuvo que aparecerse por ahí, no a despedirlo, sino a darle las gracias. Y a mí que no se me ocurrió...
El domingo que me enteré de la muerte de Alí Chumacero recordé de inmediato aquella tarde en que nos invitó a comer al Tío Luis, de los 200 pesos que yo lleva en la bolsa para cooperar en la cuenta, y de la charola de quesos finos que pidió Chumacero que costaba más del doble del dinero que yo guardaba. A la distancia sólo recuerdo los coqueteos de ella con el poeta, de esa verbosidad de Alí que se deslizaba por los hombros de ella y se dejaban resbalar por esas blusas escotadas que entonces todavía usaba (ella). Recuerdo el whisky, el vino tinto que pidió para nosotros y ese papel de vouyerista silencioso que jugué esa tarde en el restorán, mientras ellos hablaban de literatura, de vino, de Europa y de tantas cosas que yo desconocía. Al final, por pena, no me atreví a pedirle que me firmara el libro que escondía en mi mochila.
Recuerdo (y tal vez por eso cuento todo esto), que una vez que paseábamos por el FCE de Eje Central ella descubrió un libro facsimilar que hacía tiempo Alí le había regalado ("y nunca he tenido tiempo de leerlo", dijo). El libro (Bibliofilia, de José Luis Martínez) costaba casi 2 mil pesos, por lo que ella argumentó que en algún momento bien podría venderlo para salir de un apuro o regalarlo a alguien que no supiera su valor real.
Hoy (decía desde un principio), después de leer un artículo sobre Alí Chumacero, me di cuenta que si el domingo por la mañana, cuando me enteré de la muerte de Alí, hubiera corrido al panteón, al homenaje que le hicieron el Bellas Artes, tal vez me hubiera topado con ella: viendo al poeta con ese amor pausado que reposaba en su mirada; viéndole las canas que tanto le fascinaban; quizá, si nadie se diera cuenta, acariciando esas manos que un día la habían tocado, poniendo su oreja en los labios de Chumacero que una noche le habían susurrado o simplemente entregándole ese libro que nunca leyó y que ahora debe estar perdido en un basurero como todos los libros que tenía sobre una tabla de madera y que su madre odiaba.
Tuve dos ocasiones de buscarla. Quizá si no lo pensé en su momento fue porque he terminado por convencerme de que ya no quiero buscarla (y aún más importante: porque sé que nadie encuentra al que no quiere ser encontrado).

4 comentarios:

Rogelio Pineda Rojas dijo...

Uff. En este post lograste expresar con belleza, ritmo y clase, lo que tantos expupilos de Alí Chumacero, egresados de ese mismo Centro Mexicano de Escritores que citas, no han podido expresar (o lo han hecho torpe y engreídamente) en sus bitácoras ni artículos de prensa. Si para algo sirvió Lona, Miguel, fue para acendrar este talento que a veces desbordas por aquí y en el que me gustaría que creyeras más a menudo. Un abrazo.

mangelacosta dijo...

Gracias, Roger. Al rato brindamos con un atole o café bien caliente.

Anónimo dijo...

Me encanto, simplemente está sublime tu post, ese fantasma que te inspira hace que tu escrito este lleno de belleza. El día que escribas la historia de ella será fantástico.

Mart

mangelacosta dijo...

Muchas gracias por lo que dices, Güera. Espero que ahora que nos veamos ya esté escrita al menos una parte. jeje. Saludos a los dos.