miércoles, 17 de febrero de 2010

Al principio ni siquiera nos hablamos: cruzamos miradas y saludamos con la cabeza, pero enseguida volteamos hacia otro lado, intentando parecer desconocidos. Luego, quizá cinco o diez minutos, nos acercamos uno al otro y estrechamos la mano, damos un beso en el aire (no en la mejilla) y continuamos sin hacernos mucho caso. Pero ya pasado un buen rato, cada uno se va acomodando en una silla cercana y platicamos con la nada (sin mirarnos, como si fuéramos personajes de una película de espías que temen ser descubiertos al interactuar).
Esto ocurre desde hace 10 años en que vine a México: a cada vuelta al terruño mis amigos son otros, pero a la vez son los mismos.
Hace unos días nos encontramos en la boda de una de ellas: El Catrín, La Popis, La Loca y yo, los cuatro que formamos un grupo en el que podíamos vernos desnudos (casi), acostarnos juntos y abrazarnos sin ninguna excitación.
El Catrín vino a la mesa, La Popis se quejaba de todo y yo procuraba no darle importancia a nada. La Popis dijo que no quería bailar: le contraargumenté que pasarían varios años para encontrarnos nuevamente, así que por esa noche podía dejar a un lado su dolor de pies y pararse un momento para que bailáramos como hacía más de dos años no hacíamos (en la boda de El Catrín).
Ya de madrugada recordamos la ocasión cuando fuimos a Acaxochitlán, cuando El Catrín trató de ligarse a una de las primas de La Popis (era una niña de no más de 13 años, pero ya muy desarrollada físicamente), cuando junto a un río nos aventamos cubetadas de agua con los indígenas de la zona (era semana santa) y cuando me negué a dormir con El Catrín (sólo había llevado unos calzones y llevaba varios días andando a "raiz").
Mi esposa, en tanto, se reía de nosotros, de nuestras aventuras tan inocentes, de nuestras noches en que andábamos en el vocho escuchando y cantando a Shakira, a Alejandro Sanz; se divertía con nuestros escándalos que no pasaban de una correteada en un parque a media noche, de unos policías cortando cartucho para amenazarnos; y se maravillaba de que nunca hubiéramos probado las drogas, de que nunca hubiéramos caído en la cárcel, en los separos.
Quizá fuera que sólo queríamos ser felices y rebeldes; evitar llegar a casa donde nuestras familias disfuncionales siempre nos juzgaban; hartarnos de vivir, de bailar, de cantar; queríamos jugar "no mames", mojarnos a media noche con la manguera de una casa desconocida, brindar por una vida que nos era imposible visualizar.
Y no hacían falta las palabras, sino el conglomerar de pronto a más personas (uno que ya anda por otros rumbos, otro que ahora es un potentado de la ganadería hidalguense, otro que habría de convertirse en el esposo de La Loca, una que es la mujer de El Catrín...).
Así se nos iba la vida, buscando ser felices en medio de una discotec donde retumbaba pop o punchispunchis; acabándonos cartones de cerveza; bebiéndonos nuestros salarios, nuestras mesadas; olvidándonos de aquellos que éramos durante la semana (en el trabajo, la universidad, la casa). Éramos libres y nos sentíamos bien...
Ahora, entonces, la noche en que La Loca se casaba con El Veterinario, estábamos de nuevo ahí, recriminándonos por todo (como siempre), recordando esos tiempos inocentes y rebeldes, mirándonos sólo al despedirnos, tal vez para atrapar una mirada cómplice, una cara nunca olvidada que nos ha de acompañar hasta la próxima vez en que nos veamos...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por tus narracciones, haces que comience el día recordando mis ayeres, sonriendo o cuando estás demasiado filosófico (así me parece) no entendiendo mucho de qué hablas jajaja, pero en verdad, disfruto mucho leer tu blog.
Felicidades por este don tan maravilloso que tienes de describir las escenas cotidianas de tu vida en un lenguaje muy ameno.

Anónimo dijo...

Que verdad tan cierta, a mi igual me gusta mucho tu estilo que tienes para narrar tus vivencias e historias, gracias por ello futuro escritor.

mangelacosta dijo...

Casi siempre me quedo sin saber qué decir cuando recibo comentarios como los suyos. Hoy no ha sido la excepción. Sólo puedo agradecerles por tomarse el tiempo de pasar por aquí, leerme y comentarme. Han provocado que mi día empiece de una forma estupenda: estando feliz. Gracias por estar del otro lado, anónimos...