Me acuerdo, me acuerdo, aunque a veces quisiera no hacerlo...

Me acuerdo de la tarde cuando El Catrín y yo besamos a dos amigas de la secundaria. Habíamos visto Sexo, pudor y lágrimas; comimos pizzas y estábamos semidesnudos. Nos creímos por primera vez hombres, a pesar de que no fumábamos ni bebíamos.

Me acuerdo de la primera vez que le pedí a una muchacha ser mi novia: le escribí una carta a la que le pegué corazones gigantes. Ella dijo que sí y luego se fue con sus amigas. Al tercer día sin que cruzáramos palabra supuse que habíamos terminado.

Me acuerdo de algunas mañanas en que mamá ponía la radio y escuchábamos a Juan Gabriel cantar el Noa-noa.

Me acuerdo de pensar en mis padres como dos personas que siempre serían felices, aunque no puedo precisar el momento cuando se convirtieron en enemigos. Aún puedo vernos, eso sí, a mí diciéndoles que lo mejor sería divorciarse, y a ellos inventando pretextos para no tomar la decisión.

Me acuerdo que todo niño debía poner una botella de Frutsi vacía en la llanta trasera de la bicicleta, de los juguetes que no necesitaban pilas y de poder jugar en la calle a las escondidas sin que los adultos se preocuparan. Luego vino el Atari y todo se resolvía con un botón y un joystick.

Me acuerdo que mis padres nunca iban por mí a la escuela. El día cuando lo hicieron, yo me peleaba con un muchacho. Fui la burla de muchos: mamá jaloneó a quien me golpeaba para quitármelo de encima.

Me acuerdo de estar internado tras una operación y de mis amigos de secundaria que me llevaron El mil chistes y de cómo esperé a estar solo para sacar la revista y leerla, pues la consideraba poco menos que pornográfica.

Me acuerdo de cuando el abuelo murió: corrí más de 10 cuadras para estar junto a mamá y abrazarla. Ella lo odiaba por abandonarla cuando era niña. Luego de llorar, mi madre atribuyó su tristeza a la menopausia.

Me acuerdo del día cuando El Negro, por casualidad, me contó que había muerto Paty Castañeda, mi amor secreto de primaria, y cómo aquella ocasión tuve ganas de llorar al saberme parte del mundo de los adultos (donde los amigos se le mueren a uno).

Me acuerdo de mi boda, de la fiesta, los regalos, y de una mañana, algunos años después, cuando al observar a mi esposa dormida supe que había tomado la decisión correcta.

(Si Joe Brainard lo hizo...)