viernes, 7 de noviembre de 2008

Calpurnia despierta agitada, una mañana de marzo, tras una pesadilla. Su esposo, Julio César, que ese día ha de ir ante el Senado, le pregunta el motivo. Ella le cuenta un sueño, donde cree que ha visto el futuro del esposo. Con un sirviente mandan a preguntar a los sabios si esa interpretación es la adecuada. Ellos afirman.
"Diles que no puedes ir hoy", le sugiere Calpurnia, pero el César, ante los regaños de Casio, uno de sus "amigos", termina por desechar esa posibilidad.
"¿Cuándo se ha visto que al César lo detengan los sueños de una mujer?", se mofa Casio. Entonces César, listo para que ese día le impongan la corona que ha de convertirlo en casi un dios, marcha al Senado donde ha de encontrar la muerte a manos del noble Bruto (me baso un poco en Shakespeare).
En eso pensaba el martes por la noche -y no sé si sentir verguenza. Pero sólo me preguntaba: "¿qué habrá soñado ayer esta esposa que ahora llora? ¿Acaso le habrá dicho al esposo que no viajara a San Luis Potosí, que inventara un pretexto?"
No lo sé, pero sigo pensando en ello incluso tres días después: ¿Qué habrá soñado la noche anterior al accidente?

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