lunes, 10 de marzo de 2008

El papá de El Chícharo mide más de 1.80 metros y hace casi cuatro años pesaba más de 100 kilos. En esa época su suerte era tal que en un centro comercial sólo habría encontrado piedras. Manejaba un microbús viejo y dos o tres veces por semana, tenía que llevarlo al taller mecánico o pagaba una "mordida" para que los tránsitos lo dejaran circular en tan pésimas condiciones.
Sin embargo, de repente comenzó a iluminarse el destino para él, su esposa y su hijo (de dos o tres años entonces): habían logrado rentar un departamento ("para no estar de arrimados"), habían comprado una lavadora y el niño prontro iría a un kínder donde lo habían becado.
Una tarde, mientras el papá de El Chícharo reparaba el microbús, la velocidad se botó y el vehículo comenzó a moverse. Él, desesperado al creer que El Chícharo jugaba detrás del micro, salió rápidamente y trató de detenerlo (estaban en una bajada). No contó, sin embargo, que sus fuerzas no eran suficientes para conseguir su objetivo. Así, quedó prensado entre el microbús y una camioneta estacionada detrás: las piernas se le destrozaron.
De urgencia lo llevaron al hospital El Herrejón, de Atizapán, mas no lo recibieron; luego lo llevaron a Lomas Verdes, pero en ese nosocomio tampoco quisieron hacerse cargo. Como última posibilidad, lo llevaron a la Cruz Roja de Polanco, donde el primer diagnóstico fue que era necesario amputar las piernas.
—Prométeme —dicen que le dijo a su esposa —que si me cortan las piernas no me vas a abandonar...
Pero en la Cruz Roja de Polanco unos jóvenes médicos les dieron una esperanza: había unos como popotes que podían reemplazar las venas de sus piernas, y una vez con esto, podían coser los músculos y pegar los huesos. Era arriesgado, por primera vez se intentaría, pero tal vez podría resultar efectivo. Si no, la amputación sería más drástica.
El papá de El Chícharo estuvo internado varios meses en la Cruz Roja (por cierto, el costo de hospitalización fue ridículamente bajo), luego tuvo que guardar cama otros tantos, y al final, con terapias, ha vuelto a caminar.
Hoy termina de rehabilitarse en el Instituto Nacional de Rehabilitación, al que llega después de viajar más de hora y media, pero todo vale la pena. Su hijo, El Chícharo, apenas el sábado cumplió años y apesar de que no las tienes de todas con ellos, han ido saliendo adelante poco a poco.
Hace unos días comenzó la colecta anual de la Cruz Roja, y así como desde hace cuatro años, cada que veo el botecito con el símbolo de esa institución, esculco en mis bolsas y doy lo poco o mucho que puedo.
Sé que hay quien dice que en tales colectas hay tranzas, que el Teletón sólo le ayuda a Televisa a no pagar impuestos, que el redondeo por la educación no sirve realmente a que los niños tengan computadoras. Pero a mí no me importa... Hay veces que más vale ser confiados y saber que en un caso grave, cuando nadie pueda ayudarnos, ahí estará la Cruz Roja para hacerlo...
PD: Por cierto, el papá de El Chícharo es primo de mi esposa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Dos cosas que sucedieron después de leerte:

1.-Empecé a donar más para la Cruz Roja.

2.- Mandé tu texto por correo a familiares y amigos. (Tipo cadena, jijiji).

ABRAZOS.

Fabiola Pech.