El desayuno había sido una bendición: un plato con cecina de res y enchilada, con chorizo rojo y verde, un nopal gratinado, nopales compuestos, cebollitas cambray asadas, tortillas hechas a mano y café de olla con canela. Con eso hubiera sido suficiente para sentirse agradecido.
Sin embargo, luego vino un niño feliz montado sobre una burra, la caminata por el bosque, la laguna a nuestros pies, una tumba de más de 60 años de antiguedad, y el chipi chipi que pronto devino en granizo.
También llegaron una familia, después dos, guareciéndose junto con nosotros bajó un comedor con techo de ladrillo en medio de miles de árboles, la neblina que desde el suelo fue apoderándose del cielo, la lluvia cayendo sobre la laguna y esa tranquilidad que da mirar esos espectáculos.
En ese momento éramos más que felices, pero...
Faltaba aún el baile de máscaras en Huitzilac, la comida que servían a todo mundo pues el obispo había ido a inaugurar unas instalaciones de la iglesia de San Juan Bautista, una pintura de Dios padre y Dios hijo bendiciendo El Vaticano, la imagen de un santo que daba horror...
Y también un deja vú que se borró en un instante, una paleta de hielo y los ojos a punto de saturarse con tanta vegetación...
Éramos felices...
Estábamos satisfechos...
Y seguíamos juntos...
Después, sin embargo, todo fue mejor, pues llegada la noche compartimos la cama con una renovada felicidad...
No hay comentarios:
Publicar un comentario